jueves, 20 de septiembre de 2012

Wakatobi, el sueño submarino del capitán Cousteau

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Después de surcar y bucear todos los océanos del planeta, el mítico capitán Jacques Cousteau se enfrentó a la que parecía ser una pregunta imposible. ¿Cuál es el mejor lugar del mundo para contemplar la vida submarina? Pero el viejo lobo de mar contestó casi sin dudarlo: “ese lugar, probablemente, se encuentre en las Tukangbesi”. Cousteau otorgaba así su particular pero preciado Óscar a un pequeño grupo de islas situado en el extremo sureste de la isla Indonesia de Sulawesi. Un archipiélago cuya mayor parte conforma hoy el Parque Nacional Marino de Wakatobi.

Han pasado más de 30 años desde que Costeau pusiera en el mapa este remoto y, hasta entonces, desconocido lugar. 143 islas e islotes rodeadas del segundo mayor arrecife de coral de nuestro mundo, sólo superado por la Gran Barrera australiana. Sus aguas reúnen 850 de las 950 especies de coral conocidas. Un hábitat perfecto en el que conviven más de 900 especies de peces con diversas variedades de tortugas y numerosos mamíferos como delfines, tiburones y ballenas.

Este pedazo de naturaleza salvaje resulta hoy mucho más accesible. Wakatobi tiene aeropuerto desde hace poco más de dos años. Se trata de un pequeño aeródromo llamado Matahora, ubicado en la isla de Wangiwangi. Aquí aterriza cada día (o debería aterrizar porque la compañía aérea que opera es bastante anárquica) un vuelo diario procedente de Makassar, una ciudad con conexiones directas con Jakarta, Kuala Lumpur y otras capitales asiáticas. Una hora después del aterrizaje, los afortunados pasajeros ya pueden sumergirse en el sueño submarino de Costeau.


¡Precaución, estrellas de mar!
Esa es la advertencia que debería exhibirse en los pocos alojamientos para viajeros de que dispone la isla. Caminar por la arena blanca del Patuno Resort es una placentera experiencia. El único riesgo es dañar con tus pies una de las decenas de estrellas de mar que jalonan la playa. Hay marea baja, los niños del vecino pueblo de Patuno recorren la arena en busca de moluscos y cangrejos, mientras sus padres prueban fortuna en el arrecife con sus artesanales cañas de pescar.

La enorme barrera de coral se encuentra apenas a 50 metros de la playa y goza de una excelente salud. A diferencia de otros lugares paradisíacos de Indonesia como las islas Togian, la pesca con dinamita y con cianuro nunca fue una práctica muy extendida en Wakatobi. Por ello, quienes se sumergen en sus aguas con sofisticados equipos de buceo o con unas simples gafas y un tubo, sienten haber saltado a otra dimensión. Los peces más buscados por los ‘divers’ más expertos aparecen una y otra vez: peces león, escorpión, cocodrilo, payaso… extraños cangrejos ‘orangután’, nudibranquios, exóticas gambas multicolores, langostas azules… Un mundo exuberante en el que resulta sencillo toparse con diversas especies de tortugas que ponen sus huevos en las todavía numerosas playas desiertas del archipiélago.

La relativa protección del Parque Nacional Marino ha hecho que colonias de delfines merodeen por sus aguas. Dan, profesor de buceo del Patuno Resort, conduce a sus clientes a contemplar sus saltos durante las primeras horas del día. Tras el amanecer, los delfines están especialmente activos y hoy se dejan admirar por la media docena de europeos que les miran embobados desde la cubierta del barco. Pero los simpáticos mamíferos se quedan pronto sin la atención que tanto parece gustarles. Unos metros mar adentro se observa un surtidor de agua que rítmicamente va lanzando chorros de más de dos metros de altura. Es una ballena de gran tamaño. Dan, pese a ser también biólogo marino, no es capaz de distinguir la especie a la que pertenece. “Puede ser una ballena azul… pero no estoy seguro, nunca había visto un ejemplar así en esta aguas”. Poco importa saber su apellido al contemplar, a menos de 20 metros de distancia, la imponente belleza y fuerza de este titán de los océanos.


Operación Wallacea
El impresionante avistamiento hace que Dan recuerde cómo y para qué llegó a Wakatobi hace algo más de siete años desde su querida pero lejana Inglaterra. Fue uno de los voluntarios internacionales que se alistaron en la llamada ‘Operación Wallacea”. El aislamiento de Wakatobi había hecho que, aparte de Cousteau, se pudieran contar con los dedos de una mano los científicos y biólogos que se habían detenido unos días a analizar su biodiversidad. Por ello, en junio de 1995, diversas organizaciones proteccionistas junto a instituciones indonesias pusieron en marcha un plan para estudiar primero y conservar después, el que se presumía como uno de los paraísos submarinos que quedaban en el planeta. Durante meses, los voluntarios bucearon en cada rincón del archipiélago para catalogar las especies de coral y la vida submarina que habitaba en ellos.

El resultado fue mejor del esperado. El arrecife gozaba de una excelente salud y la variedad de corales y peces era única en el mundo. En el lado negativo, los daños que se percibían por el impacto de formas agresivas de pesca y por pequeños focos de contaminación, no eran irreversibles. De la Operación Wallacea surgieron, entre otras muchas iniciativas, planes de educación para que la población local siguiese explotando los recursos marinos de forma sostenible. Hoy, los habitantes de Wakatobi se enorgullecen de su arrecife y, más allá del positivo impacto económico del turismo, se muestran encantados de recibir en sus aldeas y casas a los todavía escasos viajeros que arriban a sus islas.


Tradición y hospitalidad
Tierra adentro el tranquilo ritmo de vida contagia al visitante más estresado. La calma no resta fuerzas a los nativos para exhibir la mejor de sus sonrisas y tratar de ayudar al ‘guiri’ que siempre acaba perdido pese a las pequeñas dimensiones de la isla.

Uno de los grupos étnicos de Wakatobi es el pueblo Bajo, a cuyos miembros se les conoce como gitanos del mar. Establecen sus poblados sobre el mar, en sencillas casas de madera apoyadas en pilotes. Estos nómadas del océano cuentan con un gran y permanente asentamiento cerca de Wanci, la diminuta capital de  Wangiwangi. Una mini ciudad que cuenta con un pequeño puerto, un animado mercado y numerosas mezquitas. La población es mayoritariamente musulmana y, por ello, encontrar una tienda en la que vendan cerveza es uno de los mayores retos a los que se enfrentan algunos turistas.

No se trata de intolerancia, la escasez de cerveza obedece simplemente a la falta de demanda. En Wanci la práctica del islam es, como en casi toda Indonesia, bastante relajada. Pocos son los que cumplen con las cinco oraciones diarias y son mayoría las mujeres que exhiben su cabello con absoluta libertad. Y hoy son todavía más que nunca porque se celebra en la ciudad un rito muy especial. La ceremonia de la Kaboenga lleva repitiéndose, cada año, desde tiempos inmemoriales.

Las mujeres visten llamativos vestidos tradicionales y lucen peinados y maquillajes que hacen resaltar su enorme belleza. De eso es, precisamente, de lo que se trata. La Kaboenga está pensada para que los jóvenes de toda la isla contemplen y elijan a la que puede ser su futura pareja.

La ceremonia comienza con un desfile en el que las mujeres jóvenes, acompañadas también por madres y abuelas, exhiben su palmito. La excusa es ofrecer bebida a los asistentes; la realidad es mostrarse lo más bellas posibles ante una multitud de impacientes jóvenes. “Hace dos años –nos cuenta Ahmed- conocí aquí a mi novia. Aún no nos hemos casado porque queremos terminar nuestros estudios, pero como muchos de nuestros amigos, nuestra relación surgió en la Kaboenga”.

Los noviazgos que ya han comenzado con anterioridad se consolidan en la segunda parte de la ceremonia. Los chicos, acompañados por sus amigos, llevan regalos a la familia de su pretendida. Gallos y sacos de arroz pasan a manos de los padres de la chica mientras la multitud celebra alborozada cada gesto de los protagonistas.

La fiesta termina con un último acto en la que los jóvenes echan el resto. Un círculo de hombres forma un improvisado ring en el que, de dos en dos, los chavales se enfrentan en una pelea tradicional. No hay sangre y sí muchas risas, pero los púgiles se preocupan muy mucho de quedar bien para tratar de impresionar a su aún desconocida pero posible futura esposa. Saben que nadie podrá obligarlas a casarse con ellos. En Wakatobi no hay matrimonios forzados o de conveniencia. Es una sociedad tranquila, hospitalaria, solidaria y hermosa. Un fiel reflejo de ese inigualable entorno que enamoró, allá por los años 80, a un ya viejo pero siempre lúcido trotaocéanos francés.

Aquí os dejamos el vídeo de la ceremonia del Kanoenga


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