viernes, 30 de noviembre de 2012

Viena celebra a lo grande el 175 aniversario de Sisí emperatriz

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El 24 de diciembre se conmemora el 175 aniversario del nacimiento de Isabel de Austria, conocida como Sisí emperatriz. La capital austriaca, Viena, ha preparado un calendario de eventos, exposiciones y hasta un musical de gran éxito para celebrar esta efeméride. Nacida en Múnich, Sisí ha pasado a la historia como un icono de la nobleza austriaca. Su fama se debió en parte a su gran belleza, pero también a su pasión por la cultura y los viajes, y por una rebeldía que la retrató como una mujer demasiado avanzada para su tiempo, lo que le trajo no pocas complicaciones.

Ahora puede verse en el Raimund Theater de Viena la versión del musical Elisabeth, sobre la vida y la personalidad de la emperatriz. Este musical en alemán se estrenó hace 20 años en Viena y desde entonces la canción Ich gehör nur mir (“Yo solo me pertenezco a mí misma”) ha dado la vuelta al mundo. Desde su estreno en 1992, más de ocho millones de espectadores de 11 países, entre los que figuran Corea y Japón, han disfrutado de este espectáculo.

Por su parte, el Hofmobiliendepot (Museo del Mueble) dedica una exposición a los viajes de Isabel a Corfú. En 1861 la emperatriz visitó por primera vez esta isla griega y 15 años más tarde volvió para construirse el Palacio del Aquileón. Uno de los temas centrales de esta exposición es el interés de la monarca por la cultura y la arqueología de Grecia (aprendió el idioma para entenderla mejor), así como la decoración de su refugio griego. La emperatriz realizaba sus viajes principalmente en su yate Miramar y en su lujoso vagón de ferrocarril. Junto a un modelo de este yate pueden admirarse vestidos y utensilios de viaje. El museo muestra asimismo la exposición permanente Sisí en el cine, con escenas y muebles originales de la trilogía cinematográfica que firmó en los años 50 el director austriaco Ernst Marischka, con Romy Schneider como protagonista inolvidable.

Otras visitas indispensables son el Museo Sisí, en el Palacio Imperial de Hofburg, con una muestra permanente a la que se ha añadido el renovado baño de la emperatriz y el mundialmente famoso retrato del pintor Franz Xaver Winterhalter, restaurado para esta ocasión, y el Palacio de Schönbrunn, la residencia veraniega de la familia Habsburgo. En el Museo de Carruajes Imperiales del palacio (Wagenburg) puede seguirse el Sendero de Sisí, que conduce desde su boda hasta su trágica muerte en 1898. Gran amante de los viajes, la emperatriz falleció en Ginebra, apuñalada, el 10 de septiembre de 1898, frente al hotel donde se hospedaba, el lujoso Beau Rivage, que de manera discreta permite visitar su habitación y el museo creado en su honor por este establecimiento situado a orillas de lago Lemán. Para terminar de manera dulce, la pastelería vienesa Demel (antiguo proveedor de la Casa imperial) sigue produciendo las violetas escarchadas que tanto gustaban a la rebelde y coqueta Sisí.

www.austriatourism.com


Suiza y Austria compiten por albergar la mejor estación de esquí de los Alpes

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La estación austriaca de Serfaus Fiss Ladis ha ganado en 2012 el premio como mejor estación de esquí de los Alpes que otorga la web austriaca best-skiresorts.com. Este prestigioso portal basa su decisión en una encuesta realizada entre 40.000 usuarios de pistas alpinas. Para obtener este galardón es seguro que han influido las novedades que esta estación incorporó hace tres temporadas, entre ellas el impronunciable telesilla Königsleithenbahn, equipado con asientos tipo sofá calefactados y con capota protectora, además de un cierre de seguridad automático para los niños. Este remonte lleva a los esquiadores de seis en seis hasta los 2.310 metros de altura de la pista Mittlerer Sattelkopf. Otra de las bazas a favor de esta estación, con 187 kilómetros de pistas y 70 remontes, son lo que denominan las feel good stations, hasta 17 lugares repartidos por las pistas donde es posible disfrutar de sillas ergonómicas o hamacas de playa para realizar oportunos descansos entre descenso y bajada.

La principal rival por el liderazgo alpino y premiada como mejor estación de los Alpes suizos es Saas Fee, ubicada en el idílico cantón de Valais. Saas Fee está a los pies de la impresionante Dom (4.565 metros de altitud), la montaña más elevada de Suiza situada totalmente dentro del país y uno de los trece cuatromiles que rodean este pueblo. El impresionante paisaje que conforman puede ser admirado casi en su totalidad desde el restaurante giratorio más alto del mundo: el Mittelallalin, que está situado a 3.500 metros de altitud.

Saas Fee se convertirá en breve en una estación muy famosa, ya que albergará el telecabina más alto de Europa, una decisión que fue tomada de forma democrática por los vecinos de la localidad, que fueron consultados y votaron a favor de tan elevado proyecto, previsto para estar finalizado en el año 2013. El telecabina llegará hasta los 4.000 metros, superando, por tanto, los 3.899 metros que alcanza el de su vecina Zermatt, considerado actualmente el más alto del Viejo Continente. El nuevo telecabina tendrá capacidad para ocho pasajeros y conectará Saas-Fee con Spielboden (2.450 metros) y de allí a Längfluh (2.870 metros), con parada en un nuevo restaurante para proseguir, a continuación, hasta los 4.000 metros. La estación más alta del mundo es la Jade Dragon Snow Mountain Ski Resort, situada en la provincia china de Yunnan, con pistas que llegan a los 4.700 metros de altitud.

El cantón de Valais, donde, dicen, se respira el mejor oxígeno del mundo, alberga más estaciones de fama mundial como Verbier, Crans-Montana y la citada Zermatt, que ocupa el cuarto lugar del top ten alpino. Los aficionados a las emociones fuertes deben tomar buena nota para esta temporada, ya que Zermatt inaugura una nueva pista espectacular, la número 59, que alcanza inclinaciones de hasta el 65 por ciento. Ubicada en el lado italiano de la estación, en Cervinia, esta pista negra supera un desnivel de 250 metros de altitud en un tramo de 750 metros. Un reto solo apto para los esquiadores más expertos.

Las 10 mejores de los Alpes


1.    Serfaus Fiss Ladis (Austria)

2.    Saas Fee (Suiza)

3.    Aletsch-Arena (Suiza)

4.    Zermatt (Suiza)

5.    Schladming (Austria)

6.    Lech / Zürs (Austria)

7.    Kronplatz (Italia)

8.    Arosa (Suiza)

9.    Ischgl (Austria)
10.    Gröden / Val Gardena (Italia)


jueves, 29 de noviembre de 2012

De compras por Madrid con chófer

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Si uno de tus sueños es pasar un día de compras al más puro estilo hollywoodiense no hace falta salir de España. Esta oportunidad se ofrece en Madrid, un “Shopping Tour” en el que cada uno elige el itinerario y los acompañantes sin tener que preocuparse más que de qué comprar y pasarlo bien.

La empresa en cuestión se llama Shuttle Madrid y con Shopping Tour ofrecen la posibilidad de elegir el itinerario a seguir, y coche, que puede ser uno de alta gama o una limusina. En ambos casos el chófer está incluido.

Los precios de esta tarde de compras varían en función del coche y el tiempo elegido. El alquiler de los coches de alta gama parte de los 80 euros y acogen un máximo de 3 personas durante un tiempo mínimo de dos horas. Por su parte, el alquiler de una limusina con champán incluido es 180 euros. En la limusina caben hasta 8 personas y el alquiler se hace por un mínimo de una hora.


miércoles, 28 de noviembre de 2012

De escapada al Festival de las Luces de Lyon

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Del 6 al 9 de diciembre hay una cita en Lyon y es que durante cuatro noches consecutivas la ciudad brillará con luz propia, literalmente. Esta tradición tiene ya 150 años y tiene un origen religioso cuando un 8 de diciembre de 1852 todos los habitantes de Lyon sacaron velas a las ventanas de sus casas como señal de agradecimiento y alegría al no inundarse la ciudad ante el peligro del desbordamiento del río Saona. Ese día estaba prevista la presentación de una imagen de la Virgen María en la iglesia de Fourvière tras haberse aplazado por una inundación previa el 8 de septiembre.

Desde ese día y cada año, los habitantes de la ciudad francesa iluminan sus calles todos los 8 de diciembre y desde finales de los ’90 este evento se ha ido alargando para dar a conocer las últimas evoluciones en relación con la luz y la tecnología.

De este modo, se  pretende embellecer, más aún si cabe, los principales monumentos de la ciudad a través de increíbles escenografías utilizando luz, video y sonido.

Este evento es gratuito y sólo es necesario un paseo por el centro de Lyon para disfrutar de él.


martes, 27 de noviembre de 2012

Disfruta de la edición de invierno del Festival de Hay

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El Festival Hay de Literatura y Artes se celebra cada primavera en Hay on Wye (Gales) desde 1988 y desde 1996 realiza otras ediciones en lugares del mundo tan variopintos como Nairobi, Maldivas, Budapest, Kerala, Xalapa (México) e, incluso, en Segovia.

El fin de semana del 30 de noviembre al 2 de diciembre este festival celebra una edición especial en la que, como siempre, la literatura y el arte serán los protagonistas, pero, además, la Navidad servirá de inspiración en la decoración de todas las tiendas y librerías de Hay.

Entre los eventos que se celebrarán destaca la charla política a cargo de Nick Robinson, reputado periodista de la BBC, otra sobre el mundo natural con Ben Fogle (escritor británico) así como la clase magistral sobre “Cómo convertir tu hobby en el negocio”. Además, a lo largo del fin de semana se celebrarán bailes tradicionales, espectáculos de comedia y teatro de marionetas para los más pequeños.

Como colofón, durante el fin de semana en Castillo de Hay abrirá sus puertas por primera vez en cientos de años a través de visitas guiadas a cargo de Friends of Hay Caslte. A través de estas visitas se disfrutará, además de una agradable paseo por el interior de una los edificios histórico más bellos de Hay, un café y tarta.


El patinaje sobre hielo y Finlandia son uno en invierno

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La gran cantidad de lagos y kilómetros de costa de Finlandia y las bajas temperaturas desde enero hasta abril hace el concepto de “caminar sobre las aguas” se reinvente. Y es que Finlandia es uno de los pocos países del mundo en el que se puede atravesar un archipiélago de una isla a otra patinando.

Concretamente, gracias  ala congelación del Mar Báltico se puede atravesar el archipiélago de Aland con sólo unos patines y muchas ganas. Pero no sólo las orillas de Finlandia se congelan. En el interior, en el municipio de Savonlinna, se encuentra el lago Saimaa, el más grande del país y el quinto de Europa con más de 4.000 kilómetros cuadrados de extensión y sobre el que se pueden realizar rutas de 20 y 40 kilómetros sobre patines.

Pero los grandes aficionados al patinaje sobre hielo tienen una cita anual en el maratón que se celebra en Koupio y que en 2013 será del 20 al 23 de febrero. Durante estos tres días tendrá lugar la 30 edición de este curioso maratón que, además, acogerá patinaje bajo la luz de la luna y carreras infantiles.


lunes, 26 de noviembre de 2012

El duende de Sulawesi

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En lo más profundo del bosque, unos ojos enormes brillan en medio de la densa oscuridad. El destello proviene del interior del agujero de un árbol. Cuanto más te acercas a él, mejor comprendes el misterio, las leyendas y hasta el miedo que este pequeño animal ha despertado en los hombres durante siglos. Considerado un ser sobrenatural por la mayoría de los pueblos primitivos, ha llegado a ser equiparado con un demonio por algunas culturas asiáticas. La causa de todo ello hay que buscarla en su nocturnidad, su pequeño tamaño, sus grandes ojos y sus garras ‘extraterrestres’. Sin embargo, cuando una débil luz permite contemplar con claridad su morfología, cualquier temor se disipa y lo que surge es una corriente de fascinación y simpatía ante uno de los animales más extraños y, quizás, más bellos del mundo. Un extraordinario primate que tiene mucho más de duende que de diablo.

Esta noche hay siete tarseros en el tronco hueco del árbol. Dion, guía del Parque Nacional indonesio de Tangkoko, sonríe al ver la cara embobada de los viajeros. “Si no nos acercamos mucho, no se asustarán. Todas las noches, en cuanto oscurece, salen al exterior del árbol para comprobar que no hay depredadores cerca. Si todo está en orden, se marchan a otras zonas del bosque para cazar”. Los tarseros se alimentan, básicamente, de insectos, aunque también pueden cazar pequeños reptiles y pájaros. Para ello cuentan con sus grandes ojos que le permiten ver a sus presas en la oscuridad. Mientras aguardan la hora de partir, giran 360 grados su cabeza para otear todo el entorno.Viven en pequeños grupos como éste. Normalmente pasan años en el mismo árbol y sólo lo abandonan si se sienten amenazados” asegura Dion.

Los tarseros miden unos 13 centímetros, sin contar su cola, y pueden llegar a vivir entre 10 y 15 años. Lo que no toleran es vivir en cautividad. Numerosos ejemplares se han suicidado en sus jaulas golpeándose la cabeza contra las paredes. Prefieren la muerte a no poder vivir en libertad. La especie está seriamente amenazada y su hábitat se ha reducido radicalmente hasta quedar limitado a Filipinas, Borneo, Sumatra y la isla de Sulawesi en la que se encuentra este Parque Nacional. Los ejemplares de este bosque, son de la especie llamada “tarsero espectral”. Pese a su pequeño tamaño pueden dar saltos de más de un metro de largo gracias a sus poderosas patas. Y así lo hacen, son las ocho de la tarde y ya es noche cerrada en Tangkoko. Uno por uno, los duendecillos saltan desde su árbol hacia la oscuridad. No regresarán hasta poco antes del amanecer. En ese momento volverán para guarecerse del deslumbrante sol en el interior del viejo tronco.

El día en el Parque Nacional está reservado para otros animales. Con las primeras luces, una gran manada de macacos negros crestados recorre Tangkoko. Es la época en que los árboles dan sus frutos, por lo que estos monos se pueden dar un gran festín sin apenas esfuerzo. Por eso, pasada una hora, la manada satisfecha se traslada a la playa para descansar y permitir que las crías retocen y jugueteen en la negra arena volcánica.

“La principal amenaza que sufrimos es la caza furtiva y la tala de árboles” lamenta Dion. Él, mejor que nadie, sabe como el Parque pierde terreno cada año y los  animales se van quedando sin hábitat. “Esperemos que, pese a todo, sigamos disfrutando de los tarseros y de los macacos durante muchos, muchos años”.  

Volcanes en un paraíso submarino

Tangkoko es una de las joyas que atesora la zona norte de la isla indonesia de Sulawesi (Célebes), pero no es la única. Si el centro de la isla es conocido por los sangrientos rituales funerarios de Tana Toraja, la zona septentrional es un reducto menos visitado pero repleto de atractivos naturales y humanos.

Tomohon es uno de los mejores lugares para comprobar la fuerza del llamado cinturón de fuego del Pacífico. Esta pequeña localidad yace a los pies de uno de los volcanes más activos de Indonesia, el Lokon que volvió a entrar en erupción a finales del pasado verano. El centro de vulcanología de la ciudad es un lugar de paso obligado para informarse antes de emprender cualquier excursión. Actualmente, como es obvio, no es posible ascender al Lokon debido a su intensísima actividad. Sí es factible y sencillo llegar hasta el Gunung Mahawu para recorrer el cráter y contemplar la laguna sulfurosa que se encuentra en su interior.

Otro lugar imprescindible para comprobar la fuerza de la naturaleza es el lago Linow. La enorme acidez de su agua tiñe de un intenso verdor sus aguas. Por si alguien tiene dudas de su origen volcánico, un recorrido por sus riberas resulta muy revelador. Diversas zonas se encuentran salpicadas de intensas fumarolas que se alzan hacia el cielo. Cerca de ellas pueden verse pequeñas y burbujeantes charcas de agua hirviendo.

Para descansar de este enorme y auténtico ‘parque volcánico’, nada mejor que terminar el viaje descubriendo uno de los mejores paraísos submarinos del planeta: la isla de Bunaken. La llegada puede resultar desalentadora debido a la cantidad de basura plástica que, en ocasiones, arrastran las corrientes desde la cercana ciudad de Manado. Además, Bunaken no tiene playas debido a la presencia constante de manglares. Sin embargo, basta adentrarse unos metros desde la costa y sumergir la cabeza para olvidarse de todos los inconvenientes.

Unas gafas y un tubo son suficientes para contemplar peces león, peces globo, estrellas de mar, corales y multitud de fauna marina, incluidas diversas especies de tortuga. Si se opta por una inmersión con botella, las opciones se multiplican. La barrera de coral se hunde hasta el infinito. Nudibranquios, peces escorpión, morenas, serpientes marinas, delfines, barracudas y tiburones se dejan ver con facilidad.

Bunaken es, además, un lugar especial para bucear durante la noche. Cangrejos de gran tamaño y gusanos fluorescentes se iluminan con la luz de las linternas submarinas. Las tortugas duermen en las cuevas naturales abiertas en la barrera. La vida es tan exuberante que terminamos igual que empezamos, ¿imaginando? que en el coral también se esconde algún otro ‘duende’ de Sulawesi.


sábado, 24 de noviembre de 2012

Abre el hotel más alto del mundo en Dubai

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Que Dubai es una ciudad de excesos está claro. No valía con que albergara el edificio más alto del mundo –Burj Khalifa-, el único hotel de siete estrellas del planeta –Burj al Arab- y el restaurante a mayor altura de la Tierra –At.mosphere-, sino que acaba de inaugurar el hotel más alto del globo terráqueo.

Se trata del JW Marriott Marquis Dubai que cuenta con 355 metros de altura y acaba de abrir sus puertas, aunque, de momento, sólo en una primera fase. De momento sólo están disponibles 807 habitaciones de las 1.608 con las que contará y tres de los nueve restaurantes que poseerá.

Este hotel estará dividido en dos torres que, a partir de febrero –cuando se prevé la inauguración oficial- que albergarán, además de las 1.608 habitaciones y 9 restaurantes, 24 salas de conferencias, 5.100 metros cuadrados destinados a eventos, 5 salas lounge, un spa de 1.500 metros cuadrados y una piscina con terraza de más de 30 metros entre otros servicios. Además, el salón Vault, entre los pisos 71 y 72 ofrecerá unas vistas de impresión sobre Dubai. 


viernes, 23 de noviembre de 2012

The Wood Norton, un hotel con historia

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The Wood Norton se encuentra cerca de Evesham, en Worcestershire, al oeste de Inglaterra. El edificio donde se sitúa es de estilo victoriano y su historia se remonta hasta finales del siglo XIX cuando el Felipe de Francia, Duque de Orleans y pretendiente al trono de Francia, decidió instalarse aquí.

Durante la II Guerra Mundial, su ubicación lejos de los centros urbanos la convirtió en un lugar ideal para la BBC desde el que emitir y realizar escuchas. Esto hizo que se convirtiera en el principal centro de radiodifusión de Inglaterra y se construyeran una docena de edificios adyacentes. Con la Guerra Fría lo que se creó fue un bunker por lo que The Wood Norton se convertiría en el centro de radiodifusión inglesa en caso de ataque nuclear.

No fue hasta los ’70 cuando este edificio se convertiría en hospedaje y en 2012 pasó a manos privadas que lo han convertido en el hotel que abre ahora sus puertas como miembro del Bespoke Hotels Group.

Este hotel cuenta con 50 habitaciones, un restaurante, un bar y una terraza. Además, celebra bodas de hasta 250 invitados en la capilla de principios del siglo XX con la que cuenta y que mandó construir el Duque de Orleans.


martes, 20 de noviembre de 2012

Isla Mauricio más allá del mar

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Cuando alguien piensa en Isla Mauricio lo primero que se viene a la cabeza son playas de arena blanca y agua cristalina en las que descansar y tomar el sol. Pero este enclave del Océano Índico que, ha acogido tradicionalmente un turismo pasivo, se está convirtiendo en un destino para los amantes del riesgo y la actividad.

Los más aventureros pueden practicar deportes como el barranquismo o el descenso de cañones. Este último consistes en descender por el lecho de un río o por cañones utilizando distintas técnicas como el rapel en cascadas, la natación o el senderismo. En definitiva, una experiencia que pocos olvidarán.

Estas actividades se pueden practicar en el interior de Isla Mauricio donde encontramos rutas para todos los niveles. Una de los lugares más llamativos son las cataratas de Tamarin, en la meseta central, cercanas al pequeño pueblo de Henrietta. Este lugar es probablemente el cañón más hermoso de Isla Mauricio y está formado por once cascadas.

Las cataratas de Tamarin ofrecen trece rutas para la práctica del rapel, profundos estanques, saltos de acantilados y una frondosa vegetación a sus alrededores que hará las delicias de tanto principiantes como de los más experimentados.

Por su parte, a unos 20 del pequeño pueblo de Curepipe se encuentra Eau Bleue, una serie de estanques de aguas azules abastecidos por aguas subterráneas. Estos estanques acogen cinco cascadas, algunos saltos y aguas rápidas dependiendo de la estación del año, en los que los más valientes podrán practicar sus deportes favoritos.

Viajando hacia el sur de Isla Mauricio, en los alrededores de la selva de Combo, las cascadas Exil se asientan en el río Savanna y están rodeadas de bosques tropicales. El cañón tiene buen nivel de aguas durante todo el año y está formado por dos saltos de agua: León con 20 metros de altura que terminan en una piscina de 25 metros de ancho y la cascada Cecile, de 45 metros. Un lugar sorprendente que no dejará indiferente a nadie.


Buceo, senderismo y aventura en Sulawesi

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Tan tortuosas son las carreteras que los viajeros obligados a coger autobuses para desplazarse por la isla no solo pagan por la cantidad de kilómetros que deben recorrer sino también por el tipo de suspensión del vehículo. En Sulawesi, a la manera británica, se circula por el lado izquierdo de la carretera… siempre que haya carretera. En el camino que iniciamos hacia el territorio toraja, tras los primeros 30 kilómetros el asfalto se perdía a veces, y otras desaparecía. Una calzada de arena pedregosa acogía el discurrir de la furgoneta, que se batía contra otros coches y motos (muchas motos) por imponerse en la dirección adecuada. Este torrente caótico obliga a reducir la velocidad hasta aprender una segunda lección: el tiempo y la manera de contarlo es diferente en Sulawesi. El viaje solo tendrá éxito si se aprende a gobernar la paciencia.

Parafraseando a Terencio, el comediógrafo latino, cuando de una cosa se han de sacar muchas ventajas, es justo soportar los inconvenientes. La lentitud permite contemplar la vida a lo largo de la carretera, porque en Sulawesi se vive a los lados de los caminos. En la carretera desde Parepare hasta Makale y desde aquí hasta Rantepao se colocan, en una interminable sucesión, miles de puestos, armados con bambú y hojas de palma, de membrillos, de cacao, de café o especias; tenderetes ferreteros en donde se prometen arreglos rápidos y baratos de motos, donde se venden ruedas gasta das y herramientas nuevas, donde se ofrecen pequeñas cúpulas metálicas que habrán de coronar el salón principal de oraciones de una mezquita; terrazas donde se sirven tés y pastelillos, carne de cordero o pollo y arroz; balconcillos donde se sientan en cuclillas jóvenes junto a ancianos, tocados con el asimétrico gorro indonesio; escolares con uniforme rojiblanco, como los colores de la bandera, que regresan en hilera de sus colegios y, siempre sonrientes, nos miran pasar a nosotros, viajeros lejanos que observamos, cada vez más inmersos en la belleza del país, el barullo de la vida en Sulawesi. 

El pulso vital del comercio no es nuevo. Ya existía cuando llegaron los primeros europeos, navegantes lusos en 1512, que intercambiaron productos con los nativos en busca de especias, como ya lo habían hecho antes en las vecinas islas Molucas. Fueron ellos, los portugueses, quienes bautizaron a las nuevas islas descubiertas con el nombre de Célebes. El significado es incierto en portugués (hay quien defiende que pudiera significar piratas, por los ataques que sufrieron los invasores), pero la denominación de la isla en la lengua bahasa indonesia, Sulawesi, probablemente viene de las palabras sula (isla) y besi (hierro), y puede referirse a la exportación histórica de hierro de los depósitos del lago Matano.

Exploradores y submarinistas

A principios del XVI, Makassar era el principal centro comercial del Este de Indonesia y pronto se convirtió en una de las ciudades más grandes del sudeste asiático. Los reyes originarios de Makassar mantuvieron una política de comercio libre, insistiendo en el derecho de cualquier visitante para hacer negocios en la ciudad, y rechazando las tentativas de los holandeses de establecer un monopolio sobre la ciudad. Incluso, cuando la ciudad se convirtió mayoritariamente al islam, a los cristianos se les permitió seguir ejerciendo sus negocios allí. Con estos atractivos, Makassar alcanzó una gran prosperidad gracias al comercio de malayos, europeos y árabes.

Pero su estatuto de puerto franco no duró mucho. Los holandeses, en 1607, desplazaron el comercio portugués y lograron el dominio de la región para la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Durante el siglo XIX se sucedieron luchas crueles con los habitantes de la isla, hasta que en 1911 ocuparon toda la isla, que quedó incorporada al reino de Holanda. Durante la Segunda Guerra Mundial, las Célebes fueron ocupadas por los japoneses, que solo las desalojaron tras capitular el imperio nipón en 1945. En el año 1950 pasaron ya a formar parte de la República de Indonesia.

Las tierras de Sulawesi transmiten la sensación de que ni mucho menos todos los rincones de la isla han sido explorados. Los recovecos, acantilados, junglas, cuevas, territorios sagrados, valles marinos, grutas oceánicas y tierras sin arar indican la existencia de lugares vírgenes que aún no han sido hollados por el hombre. Y esa sensación de naturaleza primigenia invita a encarar el viaje a Sulawesi como una aventura accesible. Una aventura que se inició con la documentación previa al viaje. En esa búsqueda de información descubrimos la obra de Torres Villegas Cartografía hispano-científica ó sea los mapas españoles en que se representa a España bajo todas sus diferentes fases, impreso en 1852. En sus viejas páginas ya indicaba que dos son las etnias que tradicionalmente han ocupado la isla: los bugis y los torajas. El texto de Torres Villegas sigue siendo válido.

Aunque están reconocidos 23 grupos étnicos, los torajas y los bugis son las etnias más importantes y las que mantienen vivas sus tradiciones. Desde las guerras fratricidas entre bugis y torajas, estos últimos viven en las montañas del centro y los bugis se asientan en el sur de la isla, y más concentradamente en Makassar, que es la capital y mayor ciudad de la provincia de Célebes Meridional. Entre 1971 y 1999 recibió el nombre de Ujung Pandang. Aunque los bugis, famosos por ser grandes navegantes, ya no construyen muchos barcos en Makkasar, la capital ha mantenido su relación con el mar a través del submarinismo. La ciudad es un buen destino para los amantes del buceo, junto con la isla de Buton, en el sur. Pero los practicantes de este deporte donde disfrutan al máximo es en la reserva marina de Bunaken, en la bahía de Manado, en la parte norte de Sulawesi, donde existe una extraordinaria riqueza de corales, esponjas, paredes verticales interminables y una gran cantidad de peces tropicales. El colorido y diversidad de la vida submarina hacen de la isla de Sulawesi un lugar mágico. Las inmersiones se pueden realizar desde la misma playa, y es posible ver minúsculos caballitos de mar pigmeos justo enfrente de la playa o el extraño pulpo mimético, o peces rana peludos, peces pipa fantasma, peces escorpión de Merlet, peces rata, peces diablo, tortugas de carey, morenas… La lista es interminable.

El Valle de las estatuas gigantes

Pero si Sulawesi tiene argumentos para considerarse uno de los mejores lugares del mundo para el submarinismo, no los tiene menores para la práctica del senderismo. Gran parte del país, especialmente en torno a la bahía de Tolo, está todavía cubierta de bosque primario y matorrales. Apenas hay caminos. Muchas veces sientes que la tierra anda esperando desde hace siglos tu llegada para abrir una senda. En esas mañanas de cielo claro, mirar largo y paso breve, sientes bajo los pies serpear la aventura. 

Por los senderos, terrazas y jungla de Sulawesi central encontramos una fauna y flora espectaculares. Célebes posee una fauna muy particular. El número de especies es pequeña, pero en muchos casos son endémicas de la isla. De las aves, por ejemplo, existen alrededor de 200 especies conocidas, y de estas no menos de 80 son propias de esta zona. Sorprende caminar por arrozales y bosques de juncos en donde los biólogos buscan mamíferos únicos en el mundo. El conductor que me acompaña presume de que existen catorce especies propias de mamíferos. Los más destacables son los macacos niger, un mono que no se encuentra en ningún otro lugar del planeta; la Bubalus depressicornis o anoa de llanura, que es un pequeño buey que habita en las zonas montañosas, y el babirusa o cerdo-ciervo. Y de 118 especies de mariposas, pertenecientes a cuatro categorías importantes, nada menos que 86 son exclusivas de Sulawesi.

Pero no solo la naturaleza exuberante atrae al viajero a Sulawesi. Los valles de Napa y Besoa en Lore Lindu, cerca de Palu, la capital de Sulawesi central, albergan centros de culto megalíticos que se remontan miles de años atrás. Gigantescas urnas de piedra, pilares y estatuas están desperdigadas por el valle. El origen de estos restos son inciertos, aunque todo indica que se trata de las ruinas de altares y construcciones dedicadas a la adoración de los antepasados. Y con parecidos sentimientos religiosos se construyeron las warugas en el norte de Sulawesi, concretamente en Minahasa. La waruga es una tumba de piedra que puede llegar a tener 1.200 años de antigüedad. En todo Minahasa hay dos mil warugas. La realización de warugas fue prohibida en 1800 debido a la propagación del cólera y la fiebre tifoidea, que pudieron ser causados por el mal olor procedente de las tumbas. Desde entonces, los muertos se entierran. 

Vivir para morir

Pero, sin duda, el viaje a la cultura más impactante es hacia las tierras montañosas del sur de Sulawesi central, la tierra de los torajas: Tana Toraja. “Cada campo tiene su saltamontes, cada charca su rana”. Martinus, el acompañante toraja que me ayudó a lidiar con los problemas de la lengua (ni el inglés ni el español son muy conocidos entre los habitantes de la isla, aunque existen palabras castellanas procedentes de la influencia lingüística filipina, como, por ejemplo, gracias y cosa), me respondió así para afianzar su identidad dentro de la nacionalidad indonesia. “Este dicho toraja –me ilustraba seriamente, con cara de chamán– explica cómo cada tierra tiene su personalidad, cómo cada cultura interpreta la realidad y legitima su sistema de creencias mediante mitos y ritos”. Los torajas (pronúnciese toraya), que son los habitantes de la región central y suroeste de la mayor de las islas Célebes (Sulawesi), tienen como signo principal de identidad la singular forma de sus casas y sus ceremonias funerarias, significaciones culturales con las que funerarias, significaciones culturales con las que expresan el mundo en sus orígenes y su sentido de la vida, en un entorno de una naturaleza exuberante. 

¿Y merece la pena viajar hasta tan lejos para convivir con la muerte, valga la paradoja? Rotundamente, sí. Son dignas de admirar las tradiciones ancestrales, los ritos, los mitos y vivir en primera persona un relato que, a diferencia del miedo occidental ante la muerte, no habla de un fin sino de un comienzo, no formula una derrota sino un regreso. Aunque a los ojos de los occidentales pueda parecer una cultura de muerte y de negación, en territorio toraja (Tana Toraja) la vivencia en directo de la muerte, valga la contradicción, replantea el juego personal de urgencias e importancias, de valores y sentidos. El viaje a Tana Toraja, Sulawesi central, es también iniciático. Como todos los viajes.

Las figuras “Tau Tau”

Volver a Dios es el sentido de la vida para los torajas. A diferencia de la mayoría de los indonesios, que son mulsulmanes, los torajas profesan la religión cristiana, en su credo tanto católico como protestante, desde que los holandeses ocuparon la isla. Por eso es habitual ver levantadas iglesias a los lados de los caminos de Tana Toraja. Pero por su cauce de creencias también fluye una corriente animista, de origen ancestral (Al tololo). De hecho, Tana Toraja significa “la tierra de los reyes que bajaron del cielo”. La presencia de misioneros cristianos provenientes de los Países Bajos conformó un cristianismo sincrético que asumió el anterior sistema de creencias. Las tumbas de los toranjas no se excavan en el suelo sino en las rocas. Sobre todo si pertenecen a las clases altas y a linajes antiguos. Y desde allí se reproduce el mito de la piedad filial y de la vigilancia de quienes han liberado su alma. Los antepasados muertos envían bendiciones y protección a los vivos y los vivos respetan a quienes les hicieron posible nacer. 

Esa relación entre vivos y muertos es la que se celebra oficialmente tras la cosecha de arroz de septiembre, de forma parecida a la conmemoración del día de Todos los Santos que se celebra en España. El 2 de noviembre, fecha de Manene, las tumbas se abren para que los familiares mantengan las relaciones entre los fallecidos y los vivos. Acuden todas las familias, las cuales, entre bailes, rezos y ofrendas de búfalos, recuerdan a sus antepasados, muchos de ellos reproducidos en figuras de madera llamadas tau tau. Tau significa hombre, y, al igual que ocurre con otras lenguas polinésicas, la repetición connota doble intención. Así pues, tau tau significa hombres y también estatua, una estatua que, en su significación social, es la persona a la que representa. El signo usurpa realidad a lo real. De esta forma no existe una ruptura entre la vida y la muerte. Con este rito de tránsito, el toraja no teme nunca a la muerte sino que la acepta como la suprema iniciación, el final de lo profano y el comienzo de la existencia espiritual. 


Sumatra: las personas de la selva

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Selvas repletas de orangutanes, tigres, elefantes y rinocerontes. Lagos infinitos en los que desembocan caudalosos ríos de aguas cristalinas. Volcanes activos rodeados de vegetación. Poblados con grandes chozas comunales de madera y paja. Así era el paisaje de toda la isla indonesia de Sumatra hace menos de un siglo. Hoy, la incesante presión demográfica unida a una despiadada sobrexplotación de los recursos naturales, han acabado con la mayor parte de su fauna y de su flora. Un puñado de parques nacionales conservan una ración concentrada de lo que fue su exuberante pasado. La mejor muestra se encuentra en el norte de Sumatra, donde, en pocos días, se puede caminar por la jungla, visitar las casas de madera y paja de los batak, contemplar las fumarolas en el interior de un cráter y terminar descansando en la orilla del mayor lago del sureste asiático.

El último reducto del orangután

Wawang mira con preocupación cómo las plantaciones de palma siguen avanzando hacia ‘su selva’. Considera, no sin razón, que la jungla es suya, porque en ella nació, aprendió a caminar y le sirvió para ganarse la vida. Hace 5 años convenció a sus padres para reconvertir sus campos de cultivo, situados en una colina, en un pequeño alojamiento de cabañas de madera con vistas a la selva. El joven indonesio muestra a los recién llegados el mapa de Sumatra y se lamenta: “hace 50 años casi todo era jungla. Hoy apenas quedan tres manchas verdes de pequeño tamaño en este mapa”. Una de esas manchas es el lugar en el que nos encontramos: el Parque Nacional de Gunung Leuser, último reducto del orangután de Sumatra que antaño poblaba toda la isla. La selva ha retrocedido más de un 50%, sólo en los últimos 35 años, debido, en parte, a la expansión de la población y a la industria maderera. Sin embargo, la gran responsable de la deforestación es la brutal explotación del terreno para producir aceite de palma. Un ingrediente barato con el que se fabrican los, teóricamente ecológicos, biocombustibles y que también es utilizado por grandes multinacionales de la alimentación como sustituto de otros aceites de mayor calidad y precio.

Wawang, como muchos jóvenes nacidos en el pueblo selvático de Bukit Lawang, trabaja también de guía a los viajeros que hacen trekking por la jungla para intentar avistar orangutanes. El único gran simio que no vive en África se divide en dos subespecies: la que habita en varios parques naturales de Borneo; y el orangután de Sumatra, del que se calcula que quedan poco más de 4.000 ejemplares, todos ellos en el Parque Nacional de Gunung Leuser.

La caminata comienza al amanecer. La humedad hace que el calor se vuelva casi insoportable. Sin embargo, la salvaje belleza de la selva justifica el esfuerzo. En el Parque viven diversas especies de monos, mamíferos, aves y reptiles, además de las habituales hordas de insectos. Los primeros en aparecer hoy son un grupo de Gibones de manos blancas que se están atiborrando de frutos silvestres. Unos kilómetros más adelante, Wawang descubre un grupo de ‘punkey monkeys’, apodo por el que los lugareños conocen a los monos ‘Thomas Leaf’ debido a su llamativa cresta blanca. Las horas pasan, el calor se intensifica y no hay rastro de los deseados orangutanes.

Grupos de diversas especies de macacos saltan en los árboles. En los arroyos que cruzan la selva, es frecuente toparse con tortugas terrestres que trepan pacientemente entre las rocas. Grandes lagartos, de más de un metro de largo, toman el sol en los pocos claros que deja la frondosa selva. Al atardecer, Wawang ve algo entre la maleza. Pide silencio y finalmente afirma sonriente: “os presento a vuestra familia de la jungla”.

La hembra de orangután se encuentra de pie, apoyada en un árbol, vigilando a su cría que juguetea en las ramas de un árbol cercano. Esa actitud, unida a la forma en que mira fijamente a los ojos, te hacen sentir que estás ante un ser casi humano.

No es por tanto extraño que los nativos malayos e indonesios los bautizaran, hace siglos, con el nombre de ‘orang hutan’, que en su idioma quiere decir ‘persona de la selva’. “Pueden vivir cerca de 40 años, –comenta Wawang- pero uno de los problemas para su supervivencia es su escasa tasa de natalidad”. Y así es, las hembras tienen solo una cría a la que cuidarán, día y noche, durante más de 5 años. Normalmente, no darán a luz nuevamente hasta pasados 6 años desde su último parto. Es una especie muy frágil, lo que unido a la destrucción constante de su hábitat, puede provocar su total desaparición. Una extinción que ya es inminente en el caso del tigre y del rinoceronte de Sumatra, cuyos últimos y muy escasos especímenes se cree que aún habitan en lo más profundo del Parque Nacional.

Tras unas horas o unos días en compañía de los ‘primos de la selva’, Wawang conduce a los viajeros de regreso a sus cabañas. Antes de llegar, observan maravillados como un numeroso grupo de Thomas Leaf se alimenta en la plantación vecina. “Se han comido todo mi cacao” se lamenta una mujer que acaba de ver como se esfumaba una de sus escasas fuentes de ingresos. “Este es uno de los problemas –concluye Wawang- quienes no viven del turismo, que son la mayoría, ven la selva como un problema”. Un problema que podría paliarse si el dinero que los turistas se dejan en las entradas y los fondos que llegan desde terceros países y desde organizaciones conservacionistas se emplearan realmente en la protección del Parque y en el beneficio de la comunidad local. Sin embargo, nadie sabe dónde va a parar esa riqueza, aunque todos sospechan que termina en el bolsillo de algunos políticos corruptos.

Tierra de volcanes, lagos y tradiciones

Cerca de la frontera sur del Parque se concentran el resto de los atractivos naturales y humanos de Sumatra. La primera parada obligada es en una localidad rodeada de volcanes. Berastagi goza de un privilegiado clima fresco en el corazón de la sofocante Sumatra. Desde aquí se puede ascender a pie, y sin necesidad de realizar un gran esfuerzo, hasta el humeante cráter del volcán Sibayak. Con poco más de 2.000 metros, alberga un pequeño lago sulfuroso y espectaculares fumarolas. Mucho más dura y complicada es la ascensión hasta el vecino volcán Sinabuk, en cuyas laderas se han perdido e incluso han muerto algunos viajeros que se aventuraron a realizar el trekking sin la ayuda de un guía local.

De regreso a la base de los volcanes, se puede viajar al pasado de Sumatra. Hoy en la población de Lingga, se escucha la tradicional música de los Karo Batak pero acompañada de sonoros lamentos. Decenas de personas se reúnen en la casa común para despedir a uno de sus vecinos, fallecido el día anterior. Las mujeres visten el traje tradicional, mientras los familiares más directos, con voz quebrada, entonan canciones en homenaje al difunto. Lingga, pero sobre todo Dokan, son dos de los poblados cuyos habitantes mejor salvaguardan sus tradiciones. Junto a casas de cemento y techo metálico, aún hay familias que viven tal y como vivían sus antepasados hace varios siglos: en el interior de grandes chozas de madera, donde el humo del fuego permite conservar durante más tiempo el elaborado tejado de paja.

El trayecto finaliza en el gigantesco lago Toba. El mismo lugar en el que mueren la mayoría de los ríos de la zona. Algunos lo hacen de forma espectacular, como ocurre en su extremo norte donde la catarata de Sipiso Piso se derrumba desde 125 metros de altura. Otros, de forma más discreta pero no menos caudalosa permiten que el lago más grande del Sureste asiático alcance una profundidad de 450 metros. En sus riberas, junto a algunas localidades ruidosamente turísticas, se conservan los restos de la ancestral cultura Batak: las tumbas megalíticas de sus reyes, las sillas de piedra en que se dirimían sus conflictos y el lugar en que aquellos que habían incumplido la ley, eran ejecutados para después ser devorados. Era otra época, no hace tanto tiempo, en la que, según recordaba Wawang, todo el mapa de Sumatra estaba cubierto de una hermosa mancha verde.


Sukomade: la playa de las tortugas

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Es noche cerrada en el Parque Nacional de Meru Betiri. Suparno conduce con su linterna a un par de extranjeros hasta la playa de Sukomade. El joven guardabosques lleva ya siete años dedicando su vida a cuidar, por un sueldo de miseria, de la fauna y la flora de esta reserva natural de Indonesia. Viendo su cara y la forma en que le brillan los ojos, se nota que disfruta con su trabajo. Especialmente cuando cae el sol y comienza a buscar surcos en la arena.

Hoy lleva ya más de una hora recorriendo los tres kilómetros de arena blanca de la playa. Los dos viajeros que le siguen, a duras penas en medio de la oscuridad, comienzan a perder la esperanza. Pero Suparno sigue caminando tranquilo, confiado de que, al final, su tenacidad tendrá premio. Sukomade nunca le ha fallado ni le fallará esta noche.

Una profunda huella, de cerca de un metro de ancho, hace que el ranger se detenga bruscamente. Apaga su linterna y hace esperar a los sudorosos y expectantes viajeros, mientras averigua dónde y en qué situación se encuentra la tortuga. 20 metros, arena adentro, el animal está en la fase final de su laboriosa tarea. Ha empleado más de una hora en cavar su nido y poner más de un centenar de huevos. La tortuga se dedica ahora a cubrir con arena el gran agujero. Suparno llama a los extranjeros para que se acerquen a contemplar el increíble espectáculo. Una mínima luz, para evitar deslumbrar al exhausto animal, permite intuir su enorme tamaño. Es una tortuga verde de más de 110 kilos de peso y unos 40 años de edad.

El jadeo del animal es estremecedor. La noche está siendo muy larga y el esfuerzo hace mella en su enorme cuerpo. La arena no es su hábitat natural y, por eso sólo abandona el agua en el momento cumbre de su proceso reproductivo. Pero al fin ha terminado. Cuando decide que ya ha cubierto suficientemente sus huevos, emprende el camino de retorno hacia el océano. Al introducirse en el agua, la emoción de haber contemplado algo único deja petrificados a los viajeros, pero no a Suparno. Para él comienza otra etapa de su apasionante trabajo.

Una vida repleta de riesgos

El ranger escarba en la arena, recoge con delicadeza los huevos y los introduce en una bolsa, antes de emprender el regreso al campamento. En un humilde pero eficaz y protegido terrario, Suparno aparta dos huevos que no portan embrión y entierra los otros 119. “Dentro de dos meses eclosionarán y tendremos con nosotros más de un centenar de pequeñas tortugas verdes” afirma sonriendo.

Los 119 proyectos de tortuga han evitado el primero de los muchos riesgos que sufre su especie, desde que son concebidos hasta que se convierten en adultos: ser devorados antes de nacer. Los huevos son un manjar exquisito para los cangrejos, los pájaros y otros animales. Esta noche no habrá banquete para ellos en la playa de Sukomade.

Poco después de amanecer, Suparno comienza a recoger las tortugas que han nacido durante la noche. Son de la especie Laúd, de mayor tamaño que la Verde, y provienen de una puesta realizada a finales de septiembre. Todas ellas son trasladadas del terrario a un acuario cercano, en el que pasarán siete días más. En ese tiempo crecerán un poco y, sobre todo, endurecerán su caparazón. “Así tendrán una oportunidad más de sobrevivir” afirma satisfecho el joven Ranger, mientras termina de reubicar los últimos alevines. “Las soltaremos en la playa, a unos 15 metros de la arena. Tienen que sentir la arena para que su instinto sea capaz de ubicar el lugar geográfico en que nacieron, dentro de su brújula natural”.

Las pequeñas tortugas recorrerán los 15 metros lo más deprisa posible. Lo hacen instintivamente para tratar así de evitar ser capturadas por los pájaros o los cangrejos. Las crías no saben que hoy no necesitarían correr porque, tras ellas, hay un ranger vigilando para que nada les suceda en su camino.

Cuando todas ellas han entrado en el agua, Suparno recuerda con gesto serio que “pese a nuestro trabajo, muy pocas de ellas sobrevivirán. Son muy frágiles y tienen muchos depredadores. Aunque hoy, uno de sus principales enemigos son las redes de pesca”. El joven guardabosques endulza su gesto de repente y concluye “pero gracias a lo que hacemos, algunas saldrán adelante, madurarán y volverán a Sukomade para poner sus huevos. La historia continuará”. Tras ceñirse su gorro se dirige a su cabaña para descansar. Quedan pocas horas de luz y, muy pronto, tendrá que regresar a la playa.


viernes, 16 de noviembre de 2012

“La Fiesta de los niños” en Elche

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El Misterio de Elche es una representación dramatizada que recrea la Dormición, Asunción y Coronación de la Virgen María. Este drama se escenifica cada 14 y 15 de agosto en la Basílica de Santa María de Elche y en él los ángeles son representados por niños.

Y son estos niños los protagonistas de la exposición de fotografía de María Ángeles Sánchez La Fiesta de los niños”. Esta muestra estará presente en el Centro Municipal de Exposiciones de Elche hasta el 25 de noviembre y ofrece una visión diferente sobre el Misterio de Elche y cómo lo viven los pequeños protagonistas.

De esta manera, “La Fiesta de los niños” está compuesta por 80 imágenes, ordenadas de forma cronológica. Así, la muestra comienza en un momento de la Prova de Veus y finaliza con una foto de un niño comiendo un helado el 15 de agosto. La propia María Ángeles Sánchez la define como un “discurso dinámico, no solo por el contenido de las fotografías, sino también por la composición de las mismas”.

Esta muestra, además, también acoge, además de de a los niños que participan en la representación del Misterio de Elche, a los niños que acuden a la Basílica como espectadores.

La exposición “La Fiesta de los niños” forman parte de 'La Festa d'Elx. La historia mejor contada', la  primera muestra de la autora, y 'El Misteri, al otro lado del cielo y de la tierra'. Además es una de las muestras permanentes organizadas con motivo de la conmemoración en Elche de los 40 años de la creación de la Convención del Patrimonio Mundial de la Unesco.

El horario de visita es de martes a sábado de 9:30 a 13:30 y de 18:00 a 21:00 horas y domingos y festivos de 10:30 a 13:30 horas. Lunes cerrado.


Barrio de Kreuzberg en Berlín

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El río Spree marca el límite norte de Kreuzberg, el barrio que ha robado protagonismo a los ya casi aburguesados Prenzlauer Berg y Friedrichshain. En esta parte de Berlín aún siguen conviviendo familias turcas, artistas, punkies, okupas, estudiantes y modernos cautivados por su gran oferta nocturna. Algunos de ellos rematan la fiesta desayunando en la terraza del Café Am Engelbecken , situado junto al estanque homónimo, que en invierno se convierte en una pista de hielo gratuita donde los vecinos patinan y juegan al hockey. Tras el desayuno, la ruta continúa hacia el curioso Museo de las Cosas , con más de veinte mil objetos de la vida cotidiana del siglo XX. Esta colección está en el nº 25 de la Oranienstrasse, la calle más animada de Kreuzberg y escenario del movimiento okupa y punk del Berlín de los años 70 y 80. Con muchos cafés y tiendas, se puede ver arte en la legendaria galería Endart (nº 36), moda berlinesa en Wildfremd (nº 194), el característico estilo retro cool de la ciudad en el café Luzia (nº 34) o creaciones de jóvenes diseñadores en la tienda-galería Voo Store (nº 24), sin olvidar comedores con solera como Max und Moritz (nº 162), con generosas raciones de platos alemanes.

Tras el paseo por Oranien-strasse se puede tomar un dulce en el cercano mercado decimonónico Markthalle Neun (Eisenbahnstrasse, 42), salvado del derrumbe por los vecinos, o acercarse a la Bethanienhaus (Marianneplatz, 2), un antiguo hospital que durante tres décadas acogió el espíritu artístico del barrio. Hoy, la mayor parte de su actividad se ha trasladado a una antigua fábrica situada en la calle Köttbusserstrasse. Junto al río y en las inmediaciones del fotogénico puente de Oberbaum se hallan tres de los grafitis más conocidos de Kreuzberg, firmados por el artista italiano Blu y ubicados en Schlesischestrasse con Cuvrystrasse y en Falcken-steinstrasse (nº48). Con un tercio de la población del barrio de origen turco, lo suyo es acercarse, si es martes o viernes, a Türkenmarkt, el mercado que se organiza en Maybachufer, a orillas del canal. Entre las familias turcas se ven jóvenes bohemios de Kreuzkölln, una zona de moda repleta de cafés y bares a caballo entre Kreuzberg y Neukölln, cuyos límites los marcan las calles Kottbusserdamm, Sonnenallee, Wildenbruchstrasse, Kiehlufer y Maybachufer. El recorrido continúa hacia el oeste, donde se puede observar Berlín a vista de pájaro desde la colina del parque Viktoria o pasear por las pistas del antiguo aeropuerto de Tempelhof, protagonista de la historia de la ciudad desde los años 20 hasta la guerra fría.

Clásicos de Berlín para cuando cae la noche

En la zona del río quedan los clásicos Club der Visionäre, un antiguo cobertizo que se anima al caer la tarde y cuya fiesta dura toda la noche, y Watergate (Falckensteinstrasse, 49), con ritmos electrónicos y vistas sobre el Spree. Otros clásicos del barrio son Würgeengel (Dresdener Strasse, 122), un local tipo años 50 donde disfrutar de un cóctel, y el simpático Ankerklause (Kottbusser Damm, 104), perfecto para despedir la tarde con buena cerveza alemana.


De vacaciones a Estonia en invierno

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Estonia cuenta con una rica naturaleza dividida en parques naturales que en invierno amanecen con una capa de nieve que resplandece a la vista del ser humano. Este es el momento para disfrutar de los silenciosos bosques y las tranquilas islas estonias gracias a las rutas de trecking, al esquí o a los trineos tirados por perros.

Lo cierto es que el invierno estonio es sólo apto para aquellos preparados para el frío y la nieve pero quien se atreva disfrutará de una naturaleza espectacular. Así, los parques nacionales de Estonia ofrecen la posibilidad de deslizarse por sus ríos  -antes de que se congelen- en canoa, practicar esquí de fondo a través de sus profundos bosques o esquí alpino y snowboard en lugares como Otepaa, la estación más importantes del país.

Además, lagos, ríos y estanques congelados e incluso el mar Báltico, son lugares ideales para la práctica del patinaje sobre hielo. En Tallin, capital de Estonia, se encuentra la pista de patinaje al aire libre más famosas del país. Concretamente junto a la iglesia de San Nicolás, en la antigua ciudad medieval de la urbe, pequeños y mayores podrán disfrutar del hielo.

Los pequeños de la casa tienen un Kalliküla un destino ideal y es que aquí se puede vivir una divertida aventura gracias a los trineos tirados por perros, a los safaris de nieve y al patinaje sobre hielo.

Uno de los entornos que más llaman la atención de Estonia son sus ciénagas. Son muchos los lugares donde contratar excursiones a estos curiosos parajes, en los que lejos de habitar ogros, habitan animales como osos, alces, ciervos, jabalíes, linces, zorros, lobos, liebres, ardillas e innumerables aves. 

Desde luego viajar a Estonia en invierno ofrece todo un abanico de posibilidades que disfrutarán los amantes de la naturaleza y los deportes de invierno.


martes, 13 de noviembre de 2012

Sangre para la vida y la muerte en Sumba

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Atardece en la pequeña aldea de Prainatang. Las casas de madera y tejados de paja se encuentran diseminados por una elevada colina. Desde ella se vislumbra un exuberante oasis, un verde valle que contrasta con la enorme sequedad del entorno. El poblado, uno de los más viejos de la isla indonesia de Sumba, se encuentra prácticamente deshabitado. Sus moradores emigraron a otras islas, a la ciudad o a pueblos cercanos mejor comunicados. Miwa, el viejo que hace las veces de guardián, su mujer y su hijo son sus únicos habitantes. Una de sus misiones es impedir que los pocos viajeros que visitan la zona se acerquen a la ‘casa sagrada’. “Los marapus (espíritus) se enojarían por la presencia de los forasteros y nos traerían todo tipo de desgracias” afirma con convicción y respeto. Las tumbas de piedra de sus antepasados se esparcen por todo Prainatang. La muerte es parte esencial en la vida de los sumbaneses que, a pesar de la presión cristiana e islamista, siguen profesando sus tradicionales creencias animistas.

La isla de Sumba es una de las más pobres de Indonesia y también una de las más olvidadas por el gobierno de Jakarta. Quizás por eso, sus habitantes se resisten a abandonar su ancestral, y muy peculiar, modo de vida. Rinden culto a los espíritus, sacrifican decenas de búfalos y caballos durante sus ceremonias funerarias, entierran a sus muertos en grandes tumbas de piedra y celebran sangrientos festivales en los que se debe verter sangre para garantizar la prosperidad de la isla.

Dos mundos en uno

Flotando’ en el límite norte del Océano Índico, Sumba está dividida en dos zonas que han evolucionado de forma muy diferente. El este ha sido mucho más permeable a la evangelización cristiana y a la globalización. El oeste sigue siendo el salvaje oeste; fiel a sus tradiciones y profundamente beligerante contra quienes han tratado y tratan de acabar con sus tradiciones.

Waingapu, la capital del este, es una ciudad tranquila en la que se puede realizar una toma de contacto sin sobresaltos con la realidad sumbanesa. Sus habitantes desconfían de sus vecinos del oeste a los que consideran poco más que unos bandidos. Sin embargo están unidos a ellos por una historia y unas tradiciones comunes. Sólo hay que darse una vuelta por los alrededores de Waingapu para comprobarlo. Algunos pueblos como Prailiu o Umabara aún conservan las tradicionales chozas sumbanesas con sus altísimos y puntiagudos tejados. Eso sí, las planchas de metal ya han acabado casi por completo con los hermosos, pero muy costosos y laboriosos, techos de paja.

Más interesante resulta, por tanto, detenerse a contemplar las grandes tumbas de piedra que se conservan en perfecto estado. En poblados como Rende o, la antes citada, Umabara, se pueden admirar grandes sepulcros megalíticos en los que abundan las figuras esculpidas de búfalos, cocodrilos, tortugas y caballos.

Tras haberse familiarizado con los enterramientos y la arquitectura tradicional, llega el momento de adentrarse en la Sumba más auténtica poniendo rumbo hacia el oeste.

Es un viaje muy peligroso. Hay que tener las ventanillas del coche subidas porque si ven que son extranjeros pueden intentar quitarles la cámara de fotos o robarles el dinero”. Es la advertencia de Alan, el conductor que, de cuando en cuando, traslada viajeros desde Waingapu a Waikabubak, la capital del ‘salvaje oeste’. Sus temores son más que exagerados pero dan fe de la rivalidad y la desconfianza existente entre las dos partes de la isla.

Sangre de vida y de muerte

Los habitantes de la zona occidental de Sumba son gente humilde que se comporta amigablemente con el visitante. Sin embargo sus sangrientas tradiciones y sus belicosas costumbres amedrentan a sus vecinos del este y a más de un turista extranjero.

La sociedad del oeste de la isla está organizada como antaño. La pertenencia a un clan es la base de todo y la rivalidad histórica con otros grupos hace que, en ocasiones, estalle la violencia. Hace ahora solo 15 años, una serie de protestas políticas y sociales degeneró en una enorme batalla entre dos tribus rivales que se cobró la vida de decenas de personas. Fue durante el llamado ‘jueves sangriento’, en el que más de 3.000 hombres armados con machetes, cuchillos y piedras pelearon en las calles de Waikabubak.

Incidentes tan graves no han vuelto a repetirse, pero recorriendo la zona y hablando con sus habitantes, uno es consciente de que está en un pequeño trozo del planeta en el que no rigen las leyes del ‘llamado’ mundo civilizado.

La mejor prueba de ello quizás sea la violencia que rodea su gran festival anual: la Pasola. Durante días, jinetes a caballo de pueblos rivales combaten ante una multitud enfervorecida. Sus lanzas, pese a no llevar ya puntas metálicas, provocan serias heridas y, en ocasiones, la muerte de algún contendiente. Verter sangre en la Pasola es un gran honor y sirve, además, para fertilizar la tierra y así garantizar la bonanza de las futuras cosechas. Para evitar que la pasión del público acabe degenerando en una batalla campal, la policía y el ejército se despliegan en los lugares en que se celebra.

Y si la sangre es símbolo de fertilidad y de vida, también es un elemento imprescindible para afrontar la muerte. Los sumbaneses, como otros pueblos de Indonesia, creen que el único camino para que el muerto halle la paz y, de paso, no atormente a los vivos, es brindarle un ostentoso funeral. La ceremonia puede durar varios días en los que hay que dar de comer y de beber a centenares de invitados. Pero además hay que disponer de los medios suficientes para sacrificar búfalos, cerdos, pollos y caballos. Cuantos más mejor.

Hay que tener mucho dinero para celebrar el funeral, por eso los muertos pueden permanecer sin ser enterrados hasta 10 ó 15 años” afirma Tering, un sumbanés de  45 años que se gana la vida haciendo de guía. “Antes se conservaba sus cuerpos con vendajes y productos naturales, hoy se les pone inyecciones de formol para tenerlos en casa el tiempo necesario hasta reunir el dinero para organizar el funeral”.

Tering aparenta más de 60 años y su piel parece sujetarse directamente sobre un esqueleto sin carne. Sin embargo conserva un extraordinario sentido del humor y parece revivir cuando acompaña a una ceremonia funeraria a alguno de los pocos turistas que le contratan.

Hoy hay funeral en Waitabar, una pequeña aldea tradicional situada en una colina junto a la ciudad de Waikabubak. Tering compra arroz, azúcar y tabaco para entregar a la familia del difunto como agradecimiento por poder asistir a la ceremonia. Al llegar al poblado, un centenar de hombres, mujeres y niños abarrotan el espacio central rodeado de chozas tradicionales de madera y paja.

El suelo está encharcado de sangre. Acaban de sacrificar diez búfalos y un caballo. Sus cuerpos yacen unos junto a otros. El sacrificio permitirá que el espíritu del difunto haga en paz el tránsito a la otra vida, desde la que seguirá velando por el bienestar de sus familiares y amigos. La sangre de los animales fertilizará la tierra y hará que produzca abundantes cosechas.

Un ejército de mujeres prepara comida para los invitados en gigantescos calderos. Los niños son los encargados de repartir los platos de arroz acompañado con carne de cerdo o de pollo. Los hombres se encargan de despedazar a los animales y de repartir su carne entre todos los asistentes.

Terminado el ritual, una pequeña comitiva saca el ataúd de la casa familiar y lo conduce colina abajo hasta su tumba. Se trata de un gran sepulcro de cemento que imita los tradicionales mausoleos de roca. Tering apunta que “ahora, gracias al magnífico funeral que se le ha brindado, su marapu comenzará una plácida existencia en la que velará por el bienestar de la aldea”.

Paisajes imposibles

Si deslumbrantes son sus costumbres, la belleza natural y artificial del oeste de Sumba es demoledora. Playas blancas con aguas turquesas, poblados que parecen sacados del pozo de la historia ubicados en lo alto de verdes colinas, tumbas megalíticas en acantilados junto al mar… Una sucesión de imágenes que quedan para siempre grabados en la retina del viajero.

El pequeño pueblo pesquero de Pero es uno de esos lugares idílicos. La desembocadura de un río junto a una hermosa playa de arena blanca ha formado uno de esos paisajes imposibles. Los niños se bañan en las aguas azules del mar, mientras sus padres aprovechan el estuario para fondear sus barcos a resguardo del variable océano.

Otras playas muestran una cara más violenta pero no menos hermosa. Morosi y Nihiwatu son dos grandes extensiones vírgenes de arena blanca en las que rompen con violencia las olas. No hay edificios a la vista y sólo unas pocas familias indonesias comparten estos kilómetros de playas con los escasísimos turistas  extranjeros que deciden alojarse en la zona.

Junto a esa costa salvaje se encuentra el que quizás sea el mejor pueblo tradicional de toda la isla. Las perfectamente conservadas casas de madera de Rattengaro se alzan en una privilegiada colina. Desde ella se puede ver, enfrente, un azulísimo Océano Índico; al Sur, la desembocadura de un río, detrás de la cual se elevan los tejados de paja de otro poblado.

El recorrido termina en el interior y nuevamente en lugares vinculados a la muerte. Tering muestra a los viajeros localidades como Gallubakul o Pasunga que atesoran algunas de las mejores tumbas megalíticas de la isla. La representación del rostro de alguno de los difuntos se mezcla con figuras de animales. El demacrado guía coloca tres cigarrillos sobre uno de los sepulcros, después se gira y con sencillez sumbanesa explica su acción: “este marapu es muy poderoso y conviene tenerlo contento”. Nosotros dejamos un paquete de tabaco entero… por si acaso.


Sumatra: las personas de la selva

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Selvas repletas de orangutanes, tigres, elefantes y rinocerontes. Lagos infinitos en los que desembocan caudalosos ríos de aguas cristalinas. Volcanes activos rodeados de vegetación. Poblados con grandes chozas comunales de madera y paja. Así era el paisaje de toda la isla indonesia de Sumatra hace menos de un siglo. Hoy, la incesante presión demográfica unida a una despiadada sobrexplotación de los recursos naturales, han acabado con la mayor parte de su fauna y de su flora. Un puñado de parques nacionales conservan una ración concentrada de lo que fue su exuberante pasado. La mejor muestra se encuentra en el norte de Sumatra, donde, en pocos días, se puede caminar por la jungla, visitar las casas de madera y paja de los batak, contemplar las fumarolas en el interior de un cráter y terminar descansando en la orilla del mayor lago del sureste asiático.

El último reducto del orangután

Wawang mira con preocupación cómo las plantaciones de palma siguen avanzando hacia ‘su selva’. Considera, no sin razón, que la jungla es suya, porque en ella nació, aprendió a caminar y le sirvió para ganarse la vida. Hace 5 años convenció a sus padres para reconvertir sus campos de cultivo, situados en una colina, en un pequeño alojamiento de cabañas de madera con vistas a la selva. El joven indonesio muestra a los recién llegados el mapa de Sumatra y se lamenta: “hace 50 años casi todo era jungla. Hoy apenas quedan tres manchas verdes de pequeño tamaño en este mapa”. Una de esas manchas es el lugar en el que nos encontramos: el Parque Nacional de Gunung Leuser, último reducto del orangután de Sumatra que antaño poblaba toda la isla. La selva ha retrocedido más de un 50%, sólo en los últimos 35 años, debido, en parte, a la expansión de la población y a la industria maderera. Sin embargo, la gran responsable de la deforestación es la brutal explotación del terreno para producir aceite de palma. Un ingrediente barato con el que se fabrican los, teóricamente ecológicos, biocombustibles y que también es utilizado por grandes multinacionales de la alimentación como sustituto de otros aceites de mayor calidad y precio.

Wawang, como muchos jóvenes nacidos en el pueblo selvático de Bukit Lawang, trabaja también de guía a los viajeros que hacen trekking por la jungla para intentar avistar orangutanes. El único gran simio que no vive en África se divide en dos subespecies: la que habita en varios parques naturales de Borneo; y el orangután de Sumatra, del que se calcula que quedan poco más de 4.000 ejemplares, todos ellos en el Parque Nacional de Gunung Leuser.

La caminata comienza al amanecer. La humedad hace que el calor se vuelva casi insoportable. Sin embargo, la salvaje belleza de la selva justifica el esfuerzo. En el Parque viven diversas especies de monos, mamíferos, aves y reptiles, además de las habituales hordas de insectos. Los primeros en aparecer hoy son un grupo de Gibones de manos blancas que se están atiborrando de frutos silvestres. Unos kilómetros más adelante, Wawang descubre un grupo de ‘punkey monkeys’, apodo por el que los lugareños conocen a los monos ‘Thomas Leaf’ debido a su llamativa cresta blanca. Las horas pasan, el calor se intensifica y no hay rastro de los deseados orangutanes.

Grupos de diversas especies de macacos saltan en los árboles. En los arroyos que cruzan la selva, es frecuente toparse con tortugas terrestres que trepan pacientemente entre las rocas. Grandes lagartos, de más de un metro de largo, toman el sol en los pocos claros que deja la frondosa selva. Al atardecer, Wawang ve algo entre la maleza. Pide silencio y finalmente afirma sonriente: “os presento a vuestra familia de la jungla”.

La hembra de orangután se encuentra de pie, apoyada en un árbol, vigilando a su cría que juguetea en las ramas de un árbol cercano. Esa actitud, unida a la forma en que mira fijamente a los ojos, te hacen sentir que estás ante un ser casi humano.

No es por tanto extraño que los nativos malayos e indonesios los bautizaran, hace siglos, con el nombre de ‘orang hutan’, que en su idioma quiere decir ‘persona de la selva’. “Pueden vivir cerca de 40 años, –comenta Wawang- pero uno de los problemas para su supervivencia es su escasa tasa de natalidad”. Y así es, las hembras tienen solo una cría a la que cuidarán, día y noche, durante más de 5 años. Normalmente, no darán a luz nuevamente hasta pasados 6 años desde su último parto. Es una especie muy frágil, lo que unido a la destrucción constante de su hábitat, puede provocar su total desaparición. Una extinción que ya es inminente en el caso del tigre y del rinoceronte de Sumatra, cuyos últimos y muy escasos especímenes se cree que aún habitan en lo más profundo del Parque Nacional.

Tras unas horas o unos días en compañía de los ‘primos de la selva’, Wawang conduce a los viajeros de regreso a sus cabañas. Antes de llegar, observan maravillados como un numeroso grupo de Thomas Leaf se alimenta en la plantación vecina. “Se han comido todo mi cacao” se lamenta una mujer que acaba de ver como se esfumaba una de sus escasas fuentes de ingresos. “Este es uno de los problemas –concluye Wawang- quienes no viven del turismo, que son la mayoría, ven la selva como un problema”. Un problema que podría paliarse si el dinero que los turistas se dejan en las entradas y los fondos que llegan desde terceros países y desde organizaciones conservacionistas se emplearan realmente en la protección del Parque y en el beneficio de la comunidad local. Sin embargo, nadie sabe dónde va a parar esa riqueza, aunque todos sospechan que termina en el bolsillo de algunos políticos corruptos.

Tierra de volcanes, lagos y tradiciones

Cerca de la frontera sur del Parque se concentran el resto de los atractivos naturales y humanos de Sumatra. La primera parada obligada es en una localidad rodeada de volcanes. Berastagi goza de un privilegiado clima fresco en el corazón de la sofocante Sumatra. Desde aquí se puede ascender a pie, y sin necesidad de realizar un gran esfuerzo, hasta el humeante cráter del volcán Sibayak. Con poco más de 2.000 metros, alberga un pequeño lago sulfuroso y espectaculares fumarolas. Mucho más dura y complicada es la ascensión hasta el vecino volcán Sinabuk, en cuyas laderas se han perdido e incluso han muerto algunos viajeros que se aventuraron a realizar el trekking sin la ayuda de un guía local.

De regreso a la base de los volcanes, se puede viajar al pasado de Sumatra. Hoy en la población de Lingga, se escucha la tradicional música de los Karo Batak pero acompañada de sonoros lamentos. Decenas de personas se reúnen en la casa común para despedir a uno de sus vecinos, fallecido el día anterior. Las mujeres visten el traje tradicional, mientras los familiares más directos, con voz quebrada, entonan canciones en homenaje al difunto. Lingga, pero sobre todo Dokan, son dos de los poblados cuyos habitantes mejor salvaguardan sus tradiciones. Junto a casas de cemento y techo metálico, aún hay familias que viven tal y como vivían sus antepasados hace varios siglos: en el interior de grandes chozas de madera, donde el humo del fuego permite conservar durante más tiempo el elaborado tejado de paja.

El trayecto finaliza en el gigantesco lago Toba. El mismo lugar en el que mueren la mayoría de los ríos de la zona. Algunos lo hacen de forma espectacular, como ocurre en su extremo norte donde la catarata de Sipiso Piso se derrumba desde 125 metros de altura. Otros, de forma más discreta pero no menos caudalosa permiten que el lago más grande del Sureste asiático alcance una profundidad de 450 metros. En sus riberas, junto a algunas localidades ruidosamente turísticas, se conservan los restos de la ancestral cultura Batak: las tumbas megalíticas de sus reyes, las sillas de piedra en que se dirimían sus conflictos y el lugar en que aquellos que habían incumplido la ley, eran ejecutados para después ser devorados. Era otra época, no hace tanto tiempo, en la que, según recordaba Wawang, todo el mapa de Sumatra estaba cubierto de una hermosa mancha verde.


La ruta de la Unesco por la República Checa

Cómo llegar

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La República Checa puede vanagloriarse con toda propiedad de ser un país de la Unesco, pues teniendo en cuenta su limitada extensión (78.866 kilómetros cuadrados, algo menor que Andalucía) posee una de las mayores proporciones de monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad en relación a ella. Por eso cuidan con esmero este patrimonio testigo de la historia, conservándolo con mimo y restaurando los monumentos que lo precisen, como recientemente ha sucedido con la Villa Tugendhat en Brno, reabierta esta pasada primavera tras dos años de experimentar una profunda restauración. Algo digno de reseñar teniendo en cuenta que fue la penúltima declaración de la Unesco en la República Checa. En concreto, en 2001, hace once años.

La Ruta de la Unesco representa la mejor forma de conocer las obras maestras, mundanas o sagradas, que han sobrevivido durante siglos en los antiguos reinos de Bohemia y Moravia, las dos regiones históricas que conforman la República Checa (la otra es Silesia, compartida con Polonia). Y nada mejor que empezar esta atractiva ruta precisamente por Ceský Krumlov, cuyo centro histórico obtuvo la primera declaración checa de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1992. La bella localidad de Bohemia meridional se halla a unos 180 kilómetros al sur de Praga (por cierto, también a orillas del río Moldava), aunque hay que calcular dos horas y 40 minutos en coche, pues no existe autovía.

La Perla de Bohemia.

Esta pintoresca ciudad medieval es conocida como La perla de Bohemia por su mezcla de arquitectura gótica, renacentista y barroca fielmente conservada, lo que propició que se la incluyera en la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Amén de excelsas joyas como la iglesia gótica de San Vito –levantada en el siglo XIV–, el edificio renacentista del Ayuntamiento o el jardín palaciego de estilo barroco, el encanto supremo de Ceský Krumlov reside en que parece un auténtico escenario de cuento de hadas, inalterado e inalterable, donde parece que se ha detenido el tiempo, aunque ya sea una preciada presa turística.

Situada en un sinuoso meandro del río Moldava, su máximo auge y esplendor lo tuvo durante la época de los señores de Rozmberk (1302-1611). El principal monumento de la ciudad es su colosal castillo, considerado el segundo más grande de la República Checa, solo superado por el de Praga. A este respecto se asegura que sus propietarios eran tan ricos que pudieron haber levantado uno de mayor tamaño, pero no quisieron molestar al rey y por eso se conformaron solo con construir el más ornamentado. Una buena prueba de ello es la torre multicolor del palacio, que ya se cuenta entre los iconos turísticos más famosos del país.

La fortaleza medieval fue posteriormente remodelada en un estilo renacentista por la familia Eggenberg, que construyó su maravilloso Teatro Barroco, uno de los cuatro únicos en el mundo que han conservado intactos su escenario y decorados originales (otros dos se hallan en Suecia y el cuarto al este de Bohemia, en el palacio de Litomysl). Otra visita ineludible es su célebre Sala de las Máscaras, decorada profusamente con pinturas en trampantojo de los personajes de la Comedia del Arte italiana.

Deambular por las calles peatonales del barrio de Latrán, situado a los pies del castillo, hasta la Puerta de Budejovice, el último vestigio de la muralla que antiguamente protegía la villa, es como retroceder en una máquina del tiempo. Cada mes de junio se celebra la Fiesta de la Rosa de Cinco Pétalos, en la que durante tres días la ciudad entera recrea la atmósfera típica de la época medieval, con juglares, músicos, teatro y mercaderes apoderándose de sus calles y plazas. Un auténtico retorno al pasado en pleno siglo XXI.

Obra cumbre de Mies Van Der Rohe.

Desde Ceský Krumlov hay que dirigirse a Brno (unos 200 kilómetros por carretera), la segunda ciudad más importante del país con sus 400.000 habitantes. La pléyade de estrellas de la Unesco en la República Checa incluye también una construcción de arquitectura moderna, llevada a cabo para una casa unifamiliar: la Villa Tugendhat. Reabierta el pasado mes de marzo tras dos años de restauración, se trata de una obra cumbre de la arquitectura funcionalista mundial y de la construcción europea más importante del alemán Ludwig Mies van der Rohe. Edificada entre 1929 y 1930 por encargo del matrimonio judío Tugendhat, todavía hoy, más de 80 años después, sigue resultando moderna. Fritz Tugendhat era un rico empresario textil que no reparó en gastos para construir una casa que constituye todo un dechado de anticipación tecnológica.

Una de las razones por las que se considera a la Villa Tugendhat un ejemplo de arquitectura adelantada a su tiempo es porque, por primera vez en la historia, se utilizó una estructura de soporte de pilares de acero de sección cruciforme para la construcción de una casa familiar. Para los interiores se emplearon materiales preciosos: mármol travertino de Tívoli (de la región italiana del Lazio) para el suelo y ónice de las montañas del Atlas de Marruecos para las paredes, un elemento que tiene la propiedad de intensificar su color bermejo según la luminosidad de la estancia a lo largo del día. Asimismo, las maderas preciosas como el ébano Makassar, el palisandro de la India y el zebrano de África atrapan la mirada del visitante ante tanta belleza atesorada en una misma residencia.

Mies van der Rohe diseñó y supervisó hasta el último detalle, como el picaporte de Groupius (escuela Bauhaus) de las impresionantes puertas interiores de la casa, todas de casi tres metros de altura. El arquitecto también amuebló las estancias de la villa, donde llaman la atención las sillas de diseño, como la famosa silla Brno de color rojo, cuyo modelo ha aparecido después en series de televisión como Colombo o la más reciente del doctor House.  

Entre sus mayores logros técnicos se cuentan también el sistema de aire acondicionado y los ventanales del salón de estar, que se pueden bajar automáticamente hasta el suelo, proyectados así para convertirlo en una extensión de la terraza con el buen tiempo. Desde la terraza superior se admira una bonita vista de Brno, con un panorama dominado por la catedral de San Pedro y San Pablo y el castillo de Spilberk. En el comedor, delimitado por una pared semicircular, se firmó la división de Checoslovaquia en los actuales dos Estados, República Checa y Eslovaquia, en agosto de 1992.

Recibimiento a toque de trompeta.

A menos de 70 kilómetros de la Villa Tugendhat, al este de la ciudad de Brno se halla otro lugar incluido en el año 1998 en la lista de Patrimonio Cultural y de Naturaleza de la Unesco: los jardines y el palacio de Kromeriz. Dicen que esta pequeña ciudad morava debe su inscripción a sus jardines, y en verdad son únicos. Pero el palacio barroco construido como residencia de verano para los obispos de Olomouc no se queda atrás. Es impresionante. Hasta el punto de que al visitante le asalta la pregunta de dónde provenía la riqueza de los obispos, aun a sabiendas de sus vastos territorios, pues no en vano el palacio era la sede principal de su organización feudal. La respuesta que lo explica es que ostentaban el derecho de acuñar monedas de oro y de plata, lo que les procuró pingües beneficios hasta que la emperatriz María Teresa de Austria lo derogó…

Los obispos de Olomouc recibían aquí a las más altas personalidades, como lo atestigua el Salón del Zar (con chimenea y altar), pero también al pueblo llano en el Salón del Trono… De esa época de boato ha quedado la tradición de recibir a los visitantes a toque de trompeta. Dos trompetistas empiezan a tocar una melodía que suena como la música para los fuegos artificiales del mismísimo Haendel justo cuando los turistas entran al Salón del Trono, una agradable sorpresa que bien merece una propina, máxime en un entorno donde se admiran los bellos frescos del techo.

Pero si algo impacta en la visita es la monumental sala rococó del palacio, la segunda más grande de toda la República Checa con sus 400 metros cuadrados, solo superada por la Sala Española del Castillo de Praga. Con sus 22 impresionantes lámparas, fue uno de los escenarios de Amadeus, del director checo Milos Forman, quien rodó aquí muchas de las secuencias palaciegas de la película. La riqueza de los obispos de Olomouc también se pone de manifiesto en la pinacoteca del propio palacio, especializada en pintura gótica y renacentista del siglo XV sobre temas bíblicos y mitológicos, con cuadros como Apolo y Marte, de Tiziano, y obras de otros grandes maestros como Cranach, Brueghel y Van Dyck.  

El mayor grupo escultórico barroco de Europa.

A tan solo 56 kilómetros de Kromeriz, Olomouc es el siguiente destino Patrimonio de la Humanidad de nuestra ruta, un descubrimiento en toda regla para el que no esté advertido de antemano de que la antigua capital de Moravia es la segunda reserva artística monumental del país, solo superada por Praga. Posiblemente, su casco histórico estaría también en la lista de la Unesco si no fuera porque su colosal Columna de la Santísima Trinidad es única en el mundo por ser el mayor grupo escultórico barroco de toda Europa. En este sentido, a Olomouc le sucede como a Brno con la Villa Tugendhat en cuanto a contar con un monumento que no tiene parangón. Levantada tras una terrible epidemia de peste, su altura alcanza los 32 metros, cuando lo normal en otras columnas marianas o de agradecimiento católico por el final de la peste, como las de Viena o Budapest, es que sea de 15 metros. No contento con doblar la altura de las columnas de las dos grandes capitales del imperio austro-húngaro, el arquitecto y tallista Václav Render se propuso aportar la máxima concentración de arte barroco –en este caso 50 estatuas de santos– en un solo conjunto de toda Europa central. Y a fe que lo consiguió, financiando la construcción e incluso legando toda su herencia para la finalización de la misma, pues cuando la columna fue consagrada en 1754, en presencia de la emperatriz María Teresa, hacía veinte años que había muerto. La columna incluye hasta una pequeña capilla en su interior como solución arquitectónica. El tiempo ha hecho justicia a tamaño atrevimiento y fue inscrita por la Unesco en el año 2000.

La columna se erige en la Plaza Alta junto al Ayuntamiento renacentista, en el que no hay que perderse su reloj astronómico, inaugurado en 1953 con motivos proletarios propiciados por el régimen comunista para compensar las 50 estatuas de santos católicos de la columna, tras haber sido destruido el original durante la Segunda Guerra Mundial. En la misma plaza se halla la moderna Fuente de Arión (2002), convertida en el nuevo símbolo de la ciudad.

El palacio de las maravillas.

La Ruta de la Unesco nos lleva de Olomouc a Litomysl, separadas tan solo 79 kilómetros por carretera, en el límite de Bohemia Oriental. De hecho, su privilegiado emplazamiento en la vía de comunicación entre Bohemia y Moravia la convirtió en un lugar de paso obligado en las rutas comerciales procedentes de Viena. La joya de este magnífico paradigma de ciudad checa de tamaño medio es su palacio renacentista, terminado a finales del siglo XVI por arquitectos italianos tras catorce años de obras. Integrado por un modélico patio con arcos, una de sus atracciones es que la superficie de su maravillosa fachada y de las artísticas chimeneas está recubierta de esgrafiados, dibujos raspados en los que ningún motivo figurativo se repite dos veces. Este gran ejemplo de residencia aristocrática fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en al año 1999.

Entre las aportaciones que se hicieron al palacio en el siglo XVIII se encuentra su Teatro Barroco, que se ha conservado de forma intacta con los bastidores originales de Platzer, levantados entre 1796 y 1797. En este coqueto teatro debutó al piano siendo un niño el que, con el tiempo, se convertiría en uno de los compositores checos por excelencia, Bedrich Smetana, que nació justo aquí en 1824, pues su padre era el cervecero de palacio.

La Plaza Smetana, que lleva el nombre del ilustre músico, constituye un ejemplo supremo de plaza porticada, una de las más grandes del país con sus 495 metros de longitud, presidida en su parte central por la antigua torre del municipio (1418) y en un extremo por la estatua del compositor de la célebre obra El Moldava, del ciclo Mi Patria. En su honor se celebra cada verano el Festival Litomysl de Smetana, que ofrece conciertos en el patio del palacio.

Toda la belleza del mundo.

A 172 kilómetros de Litomysl nos aguarda Praga, la meta final de nuestra ruta, cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio de la Unesco en 1992, hace ahora veinte años. Sus admirativas definiciones, como La madre de todas las ciudades o la ya tópica de La ciudad de las cien torres, se quedan cortas ante uno de los cascos antiguos mejor conservados del continente y, por tanto, una de las capitales donde aún se respira el aire de la Vieja Europa. Esto lo aprovechó bien el director Milos Forman para el rodaje de Amadeus en sus callejuelas empedradas. Praga es un manual de arquitectura europea a través de los siglos, del gótico al barroco, que al atardecer se transforma aún más en un escenario de cuento de hadas. Quizás la definición más poética y certera de Praga se resuma en el título de un libro del gran poeta checo Jaroslav Seifert: Toda la belleza del mundo. En él, este Premio Nobel de Literatura llega hasta el fondo de su alma eterna.

La Plaza de la Ciudad Vieja atrapa para siempre al viajero, con su famoso reloj astronómico en la Torre del Ayuntamiento. La leyenda cuenta que el rey Wenceslao IV quedó tan prendado con el resultado que ordenó a los ediles dejar ciego al maestro relojero para que no pudiera construirse una copia del mismo. Y es que Praga se mira en el espejo de una ciudad detenida en el tiempo, en la que el célebre Puente de Carlos, con sus 16 arcos donde se suceden 30 grupos escultóricos que jalonan los pilares, oficia de pasarela mundana donde se dan cita los artistas bohemios, ya sean pintores, dibujantes, mimos o excelentes músicos de jazz.

Refugio de alquimistas.

En esa ciudad dentro de la ciudad que es el Castillo de Praga, en la colina Hradcany, se alza la catedral gótica de San Vito, que exteriormente sobresale por sus colosales contrafuertes y su campanario renacentista que alcanza los 96,50 metros de altura. También en la zona del castillo se encuentra el Callejón de Oro, que nos sume en un halo de misterio imaginando que en sus pintorescas casas, reabiertas el año pasado tras una exigente remodelación, laboraban sin descanso los alquimistas de Rodolfo II en pos del secreto que les permitiera convertir el plomo en oro. Eso sí, la fórmula mágica para enamorarse perdidamente de Praga es contemplar, con la puesta de sol, las mejores vistas panorámicas de la ciudad y sus puentes sobre el Moldava desde los miradores del barrio del Castillo. Realmente sublimes. Un Patrimonio de la Humanidad en sí mismas.

Kromeriz: el “Versalles checo”

Durante siglos el palacio de Kromeriz sirvió de residencia veraniega a los arzobispos de Olomouc. Amén de su magnífica biblioteca y de su impresionante pinacoteca, los cultivados arzobispos también procuraban seguir el precepto de mens sana in corpore sano, habida cuenta de los extensos y paradisiacos jardines que se hicieron construir para pasear y caminar. Así podían elegir entre el jardín del propio palacio, con una superficie de 60 hectáreas y concebido como parque paisajístico de estilo inglés, o el denominado Jardín de las Flores, de estilo barroco, que originariamente se extendía más allá de las murallas de la villa. El Jardín de las Flores se encuentra entre las obras maestras de jardinería más importantes de todo el mundo. Por un lado, todavía se asemeja a los jardines del Renacimiento tardío italiano, pero por otro las tendencias hacia el estilo barroco-clasicista francés de la época en la que fue diseñado (entre 1665-1675) lo convierten, junto al palacio arzobispal, en el Versalles checo. Es especialmente recomendable el paseo panorámico por la azotea de su espléndida columnata de 244 metros de largo para apreciar con mejor perspectiva la virguería de las figuras geométricas realizadas con flores, plantas y arbustos. Los laberintos, sus fuentes o la rotonda central, con el coqueto pabellón octogonal de estilo italiano, lo convierten, por añadidura, en un maravilloso conjunto protegido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. www.zamek-kromeriz.cz

Cerveza y música, el otro Patrimonio cultural

En Bohemia se dice que “si entra un gobierno que encarezca la cerveza, lo echamos”. No en vano, la ciudad de Plzen es la cuna de la cerveza rubia (denominada Pilsen por ello), un tesoro nacional. Y no será porque el pan líquido de los checos sea caro. Al revés. Se da la circunstancia de que en Brno, la capital de Moravia, una jarra de medio litro de cerveza (33 coronas checas, poco más de un euro) como las que siempre se toman por estos pagos casi es más barata que una botella de agua mineral (28 coronas) o un refresco (32 coronas). Así puede comprobarse en la cervecería Pegas, que fabrica sus propias cervezas de trigo, negra y dorada. Otro axioma extendido es aquel que dice: “¿Es checo? Entonces será músico”. Y no anda descaminado el dicho, pues los checos aman la música. El peso de compositores como Dvorak, Smetana, Janacek o Mahler (nacido en un pueblo de Moravia) ha dejado un gran poso. En Litomysl se celebra cada verano desde 1949 el Festival Internacional de Smetana, con conciertos al aire libre en el patio de su palacio renacentista, de excelente acústica. Y Olomouc es conocida como la Salzburgo morava, además de por sus arzobispos, por su rica tradición musical. No en vano, en 1767 un joven Mozart compuso aquí con solo 11 años su Sinfonía en fa mayor, llamada después Olomouc. Asimismo, Beethoven compuso su Missa solemnis (1883) para la catedral de San Wenceslao.


Armenia, entre montañas y monasterios

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Los armenios lo repiten constantemente, y con orgullo: fueron los primeros del planeta en adoptar el cristianismo como religión oficial. Más exactamente en el año 301, precisan doctamente (lo aprenden en la escuela). Y es que el cristianismo es la columna vertebral de su cultura. El eje de su identidad. Nada sorprendente, por tanto, si visitar Armenia es sumergirse en sus monumentos religiosos. Recorrer, esparcidos en medio de unas montañas grandiosas, sus solitarios monasterios: los de la Iglesia Apostólica Armenia, que se define a sí misma, también, como la iglesia nacional más antigua del mundo.

El primer contacto poco tiene que ver con estas referencias casi bíblicas; al desembarcar en su capital, el viajero tiene la sensación de volver a la época de esa URSS a la que Armenia perteneció de 1920 a 1991. Yereván, con sus plazas demasiado grandes y sus avenidas demasiado anchas y rectas, no seduce de buenas a primeras. Es cierto que su centro neurálgico, la Plaza de la República (Hanrapetutyan Hraparak es su nombre en armenio) tiene un discreto encanto. La desaparición de la estatua de Lenin que antaño la adornaba ha dejado su amplio centro vacío. Pero los edificios rosáceos y decorados de arcos que la circundan ofrecen una agradable armonía. Aquí están varios ministerios y un hotel de lujo.

De esta plaza o de sus alrededores salen todas las arterias importantes. Como la calle Abovyan, centro inevitable de la movida, con su sucesión de cafés, restaurantes y karaokes. O la elegante calle peatonal Hyusisayin: lugar de predilección de las tiendas chic, lleva a la plaza que circunda la horrible mole de cemento de la Ópera. Los habitantes de la capital han elegido este sitio francamente feo como su gran centro de reunión social: abundan aquí los kioscos de bebida, los cafés y los restaurantes al aire libre. Unos niños hacen virguerías con su skateboard mientras las madres de familia pasean con la prole. Y los fines de semana, es aquí donde se hacen la fotografía los visitantes llegados del interior del país.

El final de esta calle peatonal nos lleva a una Yereván a la vez monumental y patriotera. Pero primero hay que subir por la Kaskad: este nombre no alude a una refrescante fuente de agua sino a una interminable y masiva sucesión de escaleras cortada por plataformas boscosas donde se esconden las parejas de enamorados. En la base de la Kaskad, en un parque donde uno se sorprende al ver, entre varias estatuas, dos esculturas de Fernando Botero, pasean mujeres con el cochecito del bebé. En la cumbre reina un monumento al 50º aniversario de la Armenia soviética, con la pompa habitual del estilo estalinista.

De allí, se cruza el Hagtanak Park (Parque de la Victoria) para llegar a otro rincón marcial: una plaza llena de artilugios bélicos (unos tanques y lanzamisiles, un viejo avión militar...) está coronada por la enorme estatua de la Madre Armenia (22 metros de alto), que representa a una mujer que blande una espada. Uno casi olvidaría que el monumento inicial estaba dedicado a Stalin. Pero en 1962 una revuelta popular exigió echar abajo la estatua del dictador y Moscú, por una vez, cedió. En el interior del pedestal, un pequeño museo militar prolonga el ambiente patriótico: está dedicado a los muertos en la guerra que Armenia libró contra Azerbaiyán por el control del Nagorno Karabaj en los 90. Se suceden las fotos de los combatientes barbudos, así como los emblemas nacionales.

El vaticano armenio.

En otro cerro en la salida de la capital, otro monumento evoca más recuerdos bélicos. Es mucho menos pomposo, pero mucho más emocionante: es el Museo del Genocidio. Los armenios tienen todavía muy presente en su psique colectiva las matanzas de sus compatriotas (alrededor de un millón y medio de muertos, según Yereván) que ensangrentaron Turquía de 1915 a 1917, y que los gobiernos de Ankara, hasta ahora, se han negado a reconocer. El monumento al Genocidio, levantado en 1966 después de que un millón de armenios se manifestaran para exigir su construcción a las autoridades soviéticas, es sobrio: una estela de 44 metros y unas doce losas de basalto gris inclinadas en círculo en torno a una llama eterna. El interior del museo contiene testimonios sobrecogedores sobre la masacre: fotografías amarillentas, documentos oficiales, recortes de viejos periódicos, libros en varios idiomas; todo dibuja un panorama atroz de ejecuciones en masa, barrios armenios arrasados, deportaciones masivas… ¿Cómo olvidar la foto de estas mujeres muertas de hambre en una zona desértica, muchas con hijos a cuestas, peleándose para arrancar trozos de la carne de un caballo muerto?

Tras el horror del pasado, vuelta al presente y su mayor símbolo religioso: a unos 20 kilómetros de Yereván, Echmiadzín es la Meca de los armenios. Es un enorme complejo que incluye varias capillas y los edificios de un seminario, todo en torno a lo más venerado del lugar, la catedral. Construida entre los años 301 y 303, fue, según los armenios –aparentemente muy dados a estos récords–, la primera que se construyó en el mundo. Asistir a una misa cantada en su interior produce una sensación casi mística: entre las altas paredes esculpidas en la roca, las voces de barítono de los sacerdotes suben hacia el techo y responden como un eco a las del coro, mientras se arrodillan los fieles, varios de los cuales, vestidos de negro y con capucha, parecen nazarenos.

Dejamos atrás el Vaticano armenio para emprender viaje hacia el noreste, hacia el lago Seván, situado a unos 40 minutos de la capital y a unos 1.900 metros de altitud. Es el mayor del país, aunque en la época de Stalin unas obras faraónicas de irrigación y de hidroelectricidad provocaron un principio de desecación. En verano, los habitantes de la capital se precipitan hacia estas playas cercanas, compartiendo el espacio con los turistas rusos. Pero, apenas empieza el otoño, cambia la atmósfera: una capa de nubecillas cubre como algodón la superficie, que cerca un cinturón de nieve. La mejor vista se observa desde Sevanavank, el pequeño monasterio de Seván que fue fundado en el siglo XIX como un lugar de retiro en lo que era entonces una isla.

Seguimos hacia el norte para llegar a Diliján. Su apodo de pequeña Suiza, algo excesivo, se debe más al entorno alpino que a la ciudad en sí, con poco brillo: lo que sus habitantes llaman su centro histórico se limita a una sola calle de casas de madera con pórticos. Pero lo que justifica el viaje son los dos monasterios cercanos, Hagartsin y Goshavank, ambos del siglo XII. Comparten las características de la mayoría de los cenobios armenios: un complejo de varias capillas agrupadas en torno a la iglesia principal. En el interior, las paredes son desnudas, directamente excavadas en la roca. La sencillez de la arquitectura (“una decoración excesiva distrae de la oración”, asegura un sacerdote) refuerza la sensación de una iglesia humilde, recogida, casi primitiva.

Un bosque de columnas y arcos.

Se descubre Hagartsin al final de un camino nevado que serpentea por un bosque tupido. El aislamiento, la soledad y el silencio sepulcral contribuyen a provocar una extraña sensación de irrealidad. La misma que provoca Goshavank, desde donde la vista abarca una sucesión de picos nevados resplandecientes. Este es el mejor lugar para observar una de las cumbres de la arquitectura religiosa armenia: los kashkars, unas estelas de piedra tallada con una cruz en el centro cercada de imágenes geométricas. Los de Goshavank resultan famosos por la delicadeza y el detalle de sus figuras.

Desde Diliján la carretera sigue hacia el este hasta Ijeván, una de las ciudades más aisladas de todo el país, cerca ya de la (herméticamente cerrada) frontera con Azerbaiyán. Más aislado y recóndito todavía está el cercano monasterio de Makaravank, en la cumbre de un cerro, al que se llega por una interminable y peligrosa pista que la nieve ya cubre por completo en este inicio de otoño. Parece el lugar ideal para un retiro lejos del mundanal ruido. El complejo es llamativo por las esculturas de sus muros exteriores, que incluyen flores y animales: peces, águilas (símbolos de libertad) y leones (símbolos de fuerza). En la entrada a la iglesia, el suelo está alfombrado de tumbas: según una curiosa tradición, pisarlas ayuda a redimirse de los pecados.

De Ijeván hay que dar marcha atrás antes de seguir hacia el norte y llegar a Alaverdy. Una ciudad fea, cubierta del polvo que emana de sus minas de cobre, pero que constituye la puerta de entrada a dos de los más espectaculares monasterios de Armenia, ambos parte del Patrimonio Mundial de la Unesco: los de Sanahin y Haghpat. El encanto empieza con el emplazamiento: ambos, aunque en direcciones opuestas, se encuentran al final de una pista que recorre un profundo y espectacular cañón. Fundado en el siglo X, Sanahin es un enorme complejo donde destacan, al llegar, los espectaculares campanarios. Igual de llamativa, una sala está ocupada por un denso bosque de columnas y arcos. La galería de una antigua escuela teológica subsiste entre las dos iglesias principales, recuerdo de una época en la que el monasterio era un gran centro intelectual.

Sanahin significa “anterior a”: es una alusión al cercano monasterio de Haghpat, ya que, según la leyenda, el arquitecto del primero era el padre del que construyó el segundo. Haghpat ofrece un entorno espectacular, ya que está construido sobre un promontorio en medio de un circo de picos nevados. Es uno de los mayores complejos eclesiásticos del país, y todo en él parece llamativo: desde el grosor de sus muros hasta la finura de sus kashkars, desde la belleza de sus salas abovedadas hasta los bajorrelieves de sus exteriores. Pero, a pesar de la magnificencia de su arquitectura, Sanahin y Haghpat logran transmitir la sensación de humildad y de recogimiento que caracteriza a todo monasterio armenio. Tras este periplo por el norte, una breve estancia en Yereván permite recomponer fuerzas antes de emprender el camino hacia el este. Empieza, también, por un monasterio: el de Khor Virap. Es un sitio fundamental para la cultura nacional. Primero por su cercanía a uno de los lugares más emblemáticos para los armenios, que ven en él el símbolo de los territorios perdidos: el monte Ararat. Las panorámicas a los dos picos que lo componen, desde aquí, resultan sobrecogedoras. Parecen casi al alcance de la mano, y uno casi se olvidaría que nos separa de ellos la (también herméticamente cerrada) frontera turca, con sus tres líneas defensivas.

La importancia de Khor Virap tiene también otro fundamento: es la cuna del cristianismo armenio. Aquí estuvo encerrado en una fosa durante trece años Grigor Lusarovich, Gregorio El Iluminador –se dice que sobrevivió solo de la comida que le tiraba una viuda de la vecindad–. Cristiano ferviente, recibió este duro castigo por parte del rey Tiridates III, cuyo padre había sido asesinado por el progenitor de Gregorio. Según la leyenda, el rey enfermó, y su hermana tuvo un sueño en el que aparecía Grigor como el único capaz de curarle. Lo logró y evangelizó al rey, quien declaró el cristianismo como la religión oficial.

Siguiendo hacia el este, uno se encuentra, cómo no, con otro monasterio, el de Naravank. Está en un emplazamiento excepcional, encima de un profundo cañón y en medio de unas rocas salvajes, desnudas, como despedazadas. En este sitio se encuentra enterrado uno de los más famosos escultores medievales armenios, Momik, que dejó aquí a título de legado, expuestos como en un museo al aire libre, algunos de los más finos kashkars del país. La zona tiene otro atractivo mucho menos espiritual: es un gran centro de producción vitícola, y el viajero puede probar sus vinos en unos quioscos esparcidos al lado de la carretera.

El camino sigue hacia el este y costea a la derecha, hacia la frontera con Turquía, una cordillera nevada de una belleza sobrecogedora, de un blanco refulgente que contrasta con las nervaduras sombreadas de las montañas. El tráfico se hace más escaso y se compone ahora principalmente de camiones iraníes (la frontera no está demasiado lejos), que atestiguan la intensidad de los intercambios comerciales entre ambos países. Curiosamente, la Armenia baluarte del cristianismo y el Irán de los ayatolás tienen unas excelentes relaciones: cada uno permite al otro romper su relativo aislamiento regional. Y muchas familias de clase media de Teherán que quieren escapar de la chapa sofocante del integrismo eligen la cercana Armenia como destino turístico.

La carretera sigue ascendiendo y serpenteando hasta llegar al temible puerto de Vorotán, a 2.340 metros de altitud. Muchas veces está cubierto por un manto de nieve y bruma, y las autoridades tienen que despejarlo continuamente durante una gran parte del año. La bajada nos lleva al desvío hacia otro monasterio, el de Tatev, del siglo IX. La carretera que llega hacia él es tan vertiginosa y peligrosa que se construyó una línea de teleférico (¡que da una sensación tan vertiginosa como el recorrido por tierra!) de 5,7 kilómetros (otro récord mundial, según los armenios). Inaugurada en octubre de 2010, permite llegar todo el año a este sitio digno de un ermitaño. El esfuerzo merece la pena: este complejo fortificado (está en una zona fronteriza otrora muy disputada) encierra una iglesia majestuosa y una curiosa capilla en miniatura cincelada, que es un prodigio de fineza.

La cumbre del tesoro.

Siguiendo hacia el este se llega a una frontera… que no lo es: la del Nagorno Karabaj (NK). Esta zona motivó en los años 1990, tras el desmembramiento de la URSS, una cruenta guerra entre Armenia y Azerbaiyán (aunque su población era en gran mayoría armenia, Stalin la había incorporado a la república soviética de Azerbaiyán en los años 1920). El gobierno de Yereván, que la controla hoy totalmente, ha abierto a los visitantes la puerta de este territorio, donde reina la calma desde el alto el fuego de 1994, lo que es de agradecer. En el NK, y especialmente en su parte occidental, la montaña es, si cabe, todavía más salvaje, más deslumbrante, más sobrecogedora (y las carreteras más sinuosas) que en el resto de Armenia.

Se llega así, a 330 kilómetros de Yereván, a Stepanakert, la ciudad donde reside la presidencia de este Estado teóricamente independiente, pero al que solo reconoce el gobierno armenio. Parece más una apacible ciudad de provincia que una gran capital. Tiene, es cierto, sus edificios gubernamentales que copan el centro: el Palacio de la Presidencia, los ministerios, el Parlamento (con una curiosa cúpula que parece un andamiaje)... Pero todo parece como demasiado nuevo, demasiado artificial, apenas estrenado: una especie de Disneylandia oficial. La ciudad, además, rebosa de recuerdos de la reciente contienda, y los visitantes en busca de museos podrán elegir entre el dedicado a los Soldados Desaparecidos y el de los Soldados Caídos.

Fuera de la zona céntrica, Stepanakert se asemeja a una pequeña ciudad de la era soviética, a lo que ayuda el bilingüismo de sus inscripciones, donde coexisten caracteres armenios y cirílicos. Es probablemente la ciudad más rusófila de una nación que ya lo es bastante en su conjunto. Y es que, para los armenios, Moscú aparece como el mejor baluarte frente a lo que ellos perciben como la amenaza musulmana, especialmente sensible en un lugar como el NK. A unos 40 kilómetros al norte de Stepanakert, al final de un camino empinado, se encuentra el monasterio más sagrado del NK: el de Gandzasar (“cumbre del tesoro”, en armenio), construido en el siglo XIII. A menudo parece perdido entre la nieve y una niebla espesa como algodón, lo que le da un aspecto fantasmagórico. En la base de la cúpula de la iglesia principal, unos bajorrelieves de una gran delicadeza representan a Adán y Eva, mientras en las paredes de sus dos salas, con una dimensión digna de una basílica, se pueden todavía leer unas viejas inscripciones en armenio antiguo. La iglesia principal, según los armenios, alberga restos de San Juan Bautista y de su padre, San Zacarías.

Castillos y hoteles de lujo.

Al pie del cerro donde está encaramado Gandzasar, Vank no dejaría de ser uno de estos minúsculos pueblos perdidos en medio de la montaña si no tuviera algo insólito en este sitio de fin del mundo: dos hoteles de semilujo, uno construido en forma de barco y con un restaurante decorado con columnas de tipo griego, regentado por un chef traído de China. La explicación tiene nombre propio: el de Levon Hayrapetyan, un importante hombre de negocios que nació en este lugar perdido y vive hoy en Moscú. Dedicó parte de su enorme fortuna a ayudar a su pueblo de origen, donde construyó una escuela y una guardería, aparte de asfaltar la carretera que lleva a Stepanakert. Uno de los muros del hotel está hecho de centenares de matrículas a modo de ladrillos: según los lugareños, pertenecían a los coches de los azeríes que huyeron a Azerbaiyán durante la guerra.

La última etapa del viaje lleva hacia el noreste, hacia la frontera con Azerbaiyán, hoy tranquila aunque se pueden ver todavía las huellas de los combates recientes en los pueblos en ruina que se suceden. Se llega así a Mayraberd, que también tiene sus ruinas, aunque mucho más antiguas: las de una alta muralla en la falda de un cerro, construida durante la dominación persa y que trepa hasta un castillo medieval. Unos kilómetros más adelante aparece otro castillo en perfecto estado que nada tendría que envidiar a los de Coca o Chinchón: es el de Tigranakert. Pero su buena conservación no tiene misterio: fue construido en la época soviética por una rica familia azerí. Lo más interesante, de hecho, está en el cerro que domina el castillo: allí, desde 2005 prosiguen las excavaciones de una ciudad de estilo helenístico que data del siglo I a.C. El guardián del castillo está encantado de acompañar a los contados visitantes. Y acaba invitando al viajero a brindar en su cocina, acompañado de un amigo oficial del Ejército del Aire, por la amistad entre España y Nagorno Karabaj. Difícilmente se puede imaginar mejor colofón para esta visita a un pueblo que sabe practicar con talento el arte de la hospitalidad.