viernes, 28 de septiembre de 2012

Singapur, el león encadenado

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Rascacielos, restaurantes exclusivos con música en vivo, enormes parques construidos en terrenos robados al mar, transportes públicos modélicos, centros comerciales en los que se sentiría cómodo el mismísimo Gulliver, un gran circuito urbano de Fórmula 1… Lujo y comodidades, llamémoslas occidentales, por doquier.

Estas son algunas de las virtudes de Singapur, la ciudad del león. Un territorio de 700 kilómetros cuadrados, ubicado en el sur de la península malaya, en el que viven cinco millones de personas. Un lugar en el que la tasa de alfabetización supera el 95%, la renta per cápita es mayor que la de sus antiguos colonizadores británicos y los sistemas educativo y sanitario no tienen competencia en el sudeste asiático. Y si contado así, a más de uno le puede parecer un paraíso, ¿por qué la sensación de incomodidad abruma a algunos de los viajeros que se dejan caer por estas lejanas tierras?

Tras varios días deambulando por sus calles, mi respuesta puede no ser acertada, pero es la mía: porque la ciudad-estado es pura artificialidad. Es un gran parque temático en el que parece que, de un momento a otro, llegará la hora del cierre y los empleados volverán a sus verdaderas y reales casas. Se trata de una sociedad construida artificialmente y con puño de hierro, con el único objetivo de garantizar unos sólidos cimientos económicos y de seguridad.

Es el sitio ideal para que crezcan mis hijos” me dijo hace algún tiempo un empleado español de una gran multinacional instalada en la ciudad- estado. “Puedes dejar puestas las llaves del coche o de tu casa. Nadie te robará porque al ladrón que pillan, le encarcelan de por vida o le ejecutan sin ninguna contemplación”. Y así es. Incluso escupir o tirar un papel al suelo está sancionado con una cuantiosa multa que, de no pagarla, te puede conducir a prisión. Fumar tampoco es fácil ni barato. No es cierta la extendida leyenda urbana de que está prohibido fumar hasta en la calle. En el centro financiero hay pocos lugares habilitados para los adictos a la nicotina, pero fuera de él se fuma por todas partes. Quizás la mayor dificultad radique en el precio del ‘vicio’: un paquete de cigarrillos supera los 10 euros debido a las elevadísimas tasas con que las autoridades gravan el tabaco.

Pero anécdotas aparte, el problema de fondo es que Singapur es una dictadura. Occidente prefiere evitar esa palabra para denominar al cuarto centro financiero del planeta y, por ello habla de ‘régimen híbrido’ o de sistema político ‘parcialmente libre’. Amnistía Internacional se encarga de recordar que no existe libertad de expresión, ni de reunión, ni de asociación. Ser homosexual en Singapur es un delito, como lo es, simplemente, ser crítico con el sistema. Los partidos políticos tienen que pasar una serie de filtros para ser legalizados. Todo está atado y bien atado y, por ello, desde su nacimiento como nación en 1965 gobierna el mismo partido, el People’s Action Party, y la misma familia, la del padre de la independencia Lee Kuan Yew.


Paraíso financiero y arquitectónico
La ciudad-estado se divide en barrios ordenados y bien diferenciados a los que es fácil llegar gracias al moderno tren urbano que surca todo Singapur. La zona más conocida y espectacular es su centro financiero plagado de rascacielos y gigantescos centros comerciales.

Su corazón es el complejo llamado Marina Bay, construido sobre una gran extensión de terreno ganada al mar. Quienes visitaron en España la Expo sevillana de 1992, sentirán un relativo Deja vú al contemplar el lago central y los modernos edificios que lo rodean. Todo es absolutamente perfecto… absolutamente moderno… absolutamente artificial.

El lugar resulta único para los amantes de la arquitectura moderna que admiran especialmente las tres torres gemelas del hotel Marina Bay Sands. Los pisos superiores de estos tres colosos están conectados por una gigantesca terraza con forma de barco. Una piscina, varios restaurantes y un mirador permiten contemplar las mejores vistas de Singapur. A un lado el Océano, al otro el lago y el centro financiero. Si no se está alojado en el hotel, se puede subir hasta los miradores, pero eso sí, no sin antes pagar algo más de 15 euros por cabeza.

Los adictos a las alturas tienen otra visita obligada: la Singapur Flyer. La gran noria panorámica situada junto al circuito de Fórmula 1 ofrece buenas vistas de la ciudad y sus 165 metros de altura la convierten en un lugar privilegiado para contemplar las carreras.

Muy cerca de ella, en el vecino centro comercial del Marina Bay Sands, la tienda oficial Ferrari exhibe uno de los supuestos coches de Fernando Alonso y vende, a precios de oro, todo tipo de merchandising de la marca. Es sólo uno de los centenares de establecimientos que convierten a este centro comercial en el más grande de la ciudad. Una pista de patinaje sobre hielo, galerías de arte, restaurantes e infinitas tiendas conforman una mini-ciudad climatizada en la que es fácil olvidarse de las altas temperaturas y la intensísima humedad que castigan el exterior.

En otro extremo del lago, el teatro Esplanade es otro reto arquitectónico. El edificio tiene la característica forma del durián, un rico fruto del tamaño del melón pero que expide un olor tan fétido que su consumo se prohíbe en hoteles, transportes y espacios públicos. Cerca de él se encuentra el parque Merlión, un reducido espacio pero de visita obligada por albergar la estatua más famosa del símbolo que da nombre a la ciudad, el león (Singha en sánscrito).

El único lugar del centro financiero que no parece haber sido dibujado por las manos de un arquitecto moderno es el Hotel Raffles. El viejo edificio colonial esconde una serie de patios y jardines en los que el abrumado peatón puede escapar de las garras de tantos monstruos de cristal y acero.


Isla ‘turística’ y barrios étnicos
Uno de los lugares que más promocionan las autoridades de Singapur es su ‘isla turística’. Sentosa, una ínsula de poco más de 5 kilómetros cuadrados, jugó un papel estratégico durante la Segunda Guerra Mundial. Los británicos instalaron aquí una fortaleza militar con la que trataron de hacer frente a la invasión japonesa. 70 años después, Sentosa ha sido convertida en otro mini parque temático, en este caso dedicado al turismo. Cuenta con 3 bonitas playas, varios campos de golf, hoteles de cinco estrellas y alberga el parque de atracciones de los Estudios Universal. De su rica historia sólo queda Fort Siloso, uno de los fuertes que los británicos construyeron durante la época colonial. Cada año, Sentosa crece gracias al terreno que se le sigue robando al Océano.

Al alejarse de la costa, Singapur se derrama en diversos barrios funcionales que carecen de encanto alguno. En ellos conviven las numerosas etnias que habitan la ciudad-estado: chinos, malayos, indios

Alguien debió pensar hace tiempo que en este gran parque temático, tanta diversidad debería ser mostrada de forma ordenada (no podía ser de otra manera). Y así, hoy hay tres barrios étnicos en Singapur: el indio, el chino y el musulmán. Son bonitos, limpios y están repletos de templos, tiendas y restaurantes. Pero son lugares artificiales en los que, realmente, no vive la mayor parte del grupo étnico o religioso que les da su nombre.

Chinatown es el más popular de los tres por ser el que dispone de una mayor y más económica oferta de restaurantes. Por la tarde, sus principales calles se llenan de visitantes locales y extranjeros que curiosean en el exterior de los templos chinos, para después refugiarse tras un buen plato de pescado y marisco.

El barrio indio destaca especialmente por sus coloridas tiendas repletas de saris, colgantes y tallas de madera de dioses como Ganesha y Krishna. Las tatuadoras de Hena decoran en unos minutos y por poco más de 5 euros, el brazo, pierna o espalda del turista que se presta a ello.

El barrio musulmán está presidido por la estilizada mezquita del Sultán. A su alrededor hay algunos locales auténticos regentados por y para los inmigrantes musulmanes que trabajan, principalmente, en el sector de servicios. A poco más de 100 metros se sitúan las calles más bonitas… y más artificiales en las que se sirve comida árabe cara y bastante mediocre.

Una vez constatado lo difícil, por no decir imposible, que es encontrar algo realmente auténtico en la ciudad-estado del león, lo mejor es rendirse y empaparse de artificialidad. Para ello, nada mejor que un paseo nocturno por Marina Bay y disfrutar de un espectáculo de luz y sonido sobre el lago. Después el parque temático cierra sus puertas. Hasta mañana, si el partido único así lo quiere.


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