miércoles, 12 de septiembre de 2012

Buceo, senderismo y aventura en Sulawesi

Cómo llegar

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Tan tortuosas son las carreteras que los viajeros obligados a coger autobuses para desplazarse por la isla no solo pagan por la cantidad de kilómetros que deben recorrer sino también por el tipo de suspensión del vehículo. En Sulawesi, a la manera británica, se circula por el lado izquierdo de la carretera… siempre que haya carretera. En el camino que iniciamos hacia el territorio toraja, tras los primeros 30 kilómetros el asfalto se perdía a veces, y otras desaparecía. Una calzada de arena pedregosa acogía el discurrir de la furgoneta, que se batía contra otros coches y motos (muchas motos) por imponerse en la dirección adecuada. Este torrente caótico obliga a reducir la velocidad hasta aprender una segunda lección: el tiempo y la manera de contarlo es diferente en Sulawesi. El viaje solo tendrá éxito si se aprende a gobernar la paciencia.

Parafraseando a Terencio, el comediógrafo latino, cuando de una cosa se han de sacar muchas ventajas, es justo soportar los inconvenientes. La lentitud permite contemplar la vida a lo largo de la carretera, porque en Sulawesi se vive a los lados de los caminos. En la carretera desde Parepare hasta Makale y desde aquí hasta Rantepao se colocan, en una interminable sucesión, miles de puestos, armados con bambú y hojas de palma, de membrillos, de cacao, de café o especias; tenderetes ferreteros en donde se prometen arreglos rápidos y baratos de motos, donde se venden ruedas gasta das y herramientas nuevas, donde se ofrecen pequeñas cúpulas metálicas que habrán de coronar el salón principal de oraciones de una mezquita; terrazas donde se sirven tés y pastelillos, carne de cordero o pollo y arroz; balconcillos donde se sientan en cuclillas jóvenes junto a ancianos, tocados con el asimétrico gorro indonesio; escolares con uniforme rojiblanco, como los colores de la bandera, que regresan en hilera de sus colegios y, siempre sonrientes, nos miran pasar a nosotros, viajeros lejanos que observamos, cada vez más inmersos en la belleza del país, el barullo de la vida en Sulawesi. 

El pulso vital del comercio no es nuevo. Ya existía cuando llegaron los primeros europeos, navegantes lusos en 1512, que intercambiaron productos con los nativos en busca de especias, como ya lo habían hecho antes en las vecinas islas Molucas. Fueron ellos, los portugueses, quienes bautizaron a las nuevas islas descubiertas con el nombre de Célebes. El significado es incierto en portugués (hay quien defiende que pudiera significar piratas, por los ataques que sufrieron los invasores), pero la denominación de la isla en la lengua bahasa indonesia, Sulawesi, probablemente viene de las palabras sula (isla) y besi (hierro), y puede referirse a la exportación histórica de hierro de los depósitos del lago Matano.

Exploradores y submarinistas

A principios del XVI, Makassar era el principal centro comercial del Este de Indonesia y pronto se convirtió en una de las ciudades más grandes del sudeste asiático. Los reyes originarios de Makassar mantuvieron una política de comercio libre, insistiendo en el derecho de cualquier visitante para hacer negocios en la ciudad, y rechazando las tentativas de los holandeses de establecer un monopolio sobre la ciudad. Incluso, cuando la ciudad se convirtió mayoritariamente al islam, a los cristianos se les permitió seguir ejerciendo sus negocios allí. Con estos atractivos, Makassar alcanzó una gran prosperidad gracias al comercio de malayos, europeos y árabes.

Pero su estatuto de puerto franco no duró mucho. Los holandeses, en 1607, desplazaron el comercio portugués y lograron el dominio de la región para la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Durante el siglo XIX se sucedieron luchas crueles con los habitantes de la isla, hasta que en 1911 ocuparon toda la isla, que quedó incorporada al reino de Holanda. Durante la Segunda Guerra Mundial, las Célebes fueron ocupadas por los japoneses, que solo las desalojaron tras capitular el imperio nipón en 1945. En el año 1950 pasaron ya a formar parte de la República de Indonesia.

Las tierras de Sulawesi transmiten la sensación de que ni mucho menos todos los rincones de la isla han sido explorados. Los recovecos, acantilados, junglas, cuevas, territorios sagrados, valles marinos, grutas oceánicas y tierras sin arar indican la existencia de lugares vírgenes que aún no han sido hollados por el hombre. Y esa sensación de naturaleza primigenia invita a encarar el viaje a Sulawesi como una aventura accesible. Una aventura que se inició con la documentación previa al viaje. En esa búsqueda de información descubrimos la obra de Torres Villegas Cartografía hispano-científica ó sea los mapas españoles en que se representa a España bajo todas sus diferentes fases, impreso en 1852. En sus viejas páginas ya indicaba que dos son las etnias que tradicionalmente han ocupado la isla: los bugis y los torajas. El texto de Torres Villegas sigue siendo válido.

Aunque están reconocidos 23 grupos étnicos, los torajas y los bugis son las etnias más importantes y las que mantienen vivas sus tradiciones. Desde las guerras fratricidas entre bugis y torajas, estos últimos viven en las montañas del centro y los bugis se asientan en el sur de la isla, y más concentradamente en Makassar, que es la capital y mayor ciudad de la provincia de Célebes Meridional. Entre 1971 y 1999 recibió el nombre de Ujung Pandang. Aunque los bugis, famosos por ser grandes navegantes, ya no construyen muchos barcos en Makkasar, la capital ha mantenido su relación con el mar a través del submarinismo. La ciudad es un buen destino para los amantes del buceo, junto con la isla de Buton, en el sur. Pero los practicantes de este deporte donde disfrutan al máximo es en la reserva marina de Bunaken, en la bahía de Manado, en la parte norte de Sulawesi, donde existe una extraordinaria riqueza de corales, esponjas, paredes verticales interminables y una gran cantidad de peces tropicales. El colorido y diversidad de la vida submarina hacen de la isla de Sulawesi un lugar mágico. Las inmersiones se pueden realizar desde la misma playa, y es posible ver minúsculos caballitos de mar pigmeos justo enfrente de la playa o el extraño pulpo mimético, o peces rana peludos, peces pipa fantasma, peces escorpión de Merlet, peces rata, peces diablo, tortugas de carey, morenas… La lista es interminable.

El Valle de las estatuas gigantes

Pero si Sulawesi tiene argumentos para considerarse uno de los mejores lugares del mundo para el submarinismo, no los tiene menores para la práctica del senderismo. Gran parte del país, especialmente en torno a la bahía de Tolo, está todavía cubierta de bosque primario y matorrales. Apenas hay caminos. Muchas veces sientes que la tierra anda esperando desde hace siglos tu llegada para abrir una senda. En esas mañanas de cielo claro, mirar largo y paso breve, sientes bajo los pies serpear la aventura. 

Por los senderos, terrazas y jungla de Sulawesi central encontramos una fauna y flora espectaculares. Célebes posee una fauna muy particular. El número de especies es pequeña, pero en muchos casos son endémicas de la isla. De las aves, por ejemplo, existen alrededor de 200 especies conocidas, y de estas no menos de 80 son propias de esta zona. Sorprende caminar por arrozales y bosques de juncos en donde los biólogos buscan mamíferos únicos en el mundo. El conductor que me acompaña presume de que existen catorce especies propias de mamíferos. Los más destacables son los macacos niger, un mono que no se encuentra en ningún otro lugar del planeta; la Bubalus depressicornis o anoa de llanura, que es un pequeño buey que habita en las zonas montañosas, y el babirusa o cerdo-ciervo. Y de 118 especies de mariposas, pertenecientes a cuatro categorías importantes, nada menos que 86 son exclusivas de Sulawesi.

Pero no solo la naturaleza exuberante atrae al viajero a Sulawesi. Los valles de Napa y Besoa en Lore Lindu, cerca de Palu, la capital de Sulawesi central, albergan centros de culto megalíticos que se remontan miles de años atrás. Gigantescas urnas de piedra, pilares y estatuas están desperdigadas por el valle. El origen de estos restos son inciertos, aunque todo indica que se trata de las ruinas de altares y construcciones dedicadas a la adoración de los antepasados. Y con parecidos sentimientos religiosos se construyeron las warugas en el norte de Sulawesi, concretamente en Minahasa. La waruga es una tumba de piedra que puede llegar a tener 1.200 años de antigüedad. En todo Minahasa hay dos mil warugas. La realización de warugas fue prohibida en 1800 debido a la propagación del cólera y la fiebre tifoidea, que pudieron ser causados por el mal olor procedente de las tumbas. Desde entonces, los muertos se entierran. 

Vivir para morir

Pero, sin duda, el viaje a la cultura más impactante es hacia las tierras montañosas del sur de Sulawesi central, la tierra de los torajas: Tana Toraja. “Cada campo tiene su saltamontes, cada charca su rana”. Martinus, el acompañante toraja que me ayudó a lidiar con los problemas de la lengua (ni el inglés ni el español son muy conocidos entre los habitantes de la isla, aunque existen palabras castellanas procedentes de la influencia lingüística filipina, como, por ejemplo, gracias y cosa), me respondió así para afianzar su identidad dentro de la nacionalidad indonesia. “Este dicho toraja –me ilustraba seriamente, con cara de chamán– explica cómo cada tierra tiene su personalidad, cómo cada cultura interpreta la realidad y legitima su sistema de creencias mediante mitos y ritos”. Los torajas (pronúnciese toraya), que son los habitantes de la región central y suroeste de la mayor de las islas Célebes (Sulawesi), tienen como signo principal de identidad la singular forma de sus casas y sus ceremonias funerarias, significaciones culturales con las que funerarias, significaciones culturales con las que expresan el mundo en sus orígenes y su sentido de la vida, en un entorno de una naturaleza exuberante. 

¿Y merece la pena viajar hasta tan lejos para convivir con la muerte, valga la paradoja? Rotundamente, sí. Son dignas de admirar las tradiciones ancestrales, los ritos, los mitos y vivir en primera persona un relato que, a diferencia del miedo occidental ante la muerte, no habla de un fin sino de un comienzo, no formula una derrota sino un regreso. Aunque a los ojos de los occidentales pueda parecer una cultura de muerte y de negación, en territorio toraja (Tana Toraja) la vivencia en directo de la muerte, valga la contradicción, replantea el juego personal de urgencias e importancias, de valores y sentidos. El viaje a Tana Toraja, Sulawesi central, es también iniciático. Como todos los viajes.

Las figuras “Tau Tau”

Volver a Dios es el sentido de la vida para los torajas. A diferencia de la mayoría de los indonesios, que son mulsulmanes, los torajas profesan la religión cristiana, en su credo tanto católico como protestante, desde que los holandeses ocuparon la isla. Por eso es habitual ver levantadas iglesias a los lados de los caminos de Tana Toraja. Pero por su cauce de creencias también fluye una corriente animista, de origen ancestral (Al tololo). De hecho, Tana Toraja significa “la tierra de los reyes que bajaron del cielo”. La presencia de misioneros cristianos provenientes de los Países Bajos conformó un cristianismo sincrético que asumió el anterior sistema de creencias. Las tumbas de los toranjas no se excavan en el suelo sino en las rocas. Sobre todo si pertenecen a las clases altas y a linajes antiguos. Y desde allí se reproduce el mito de la piedad filial y de la vigilancia de quienes han liberado su alma. Los antepasados muertos envían bendiciones y protección a los vivos y los vivos respetan a quienes les hicieron posible nacer. 

Esa relación entre vivos y muertos es la que se celebra oficialmente tras la cosecha de arroz de septiembre, de forma parecida a la conmemoración del día de Todos los Santos que se celebra en España. El 2 de noviembre, fecha de Manene, las tumbas se abren para que los familiares mantengan las relaciones entre los fallecidos y los vivos. Acuden todas las familias, las cuales, entre bailes, rezos y ofrendas de búfalos, recuerdan a sus antepasados, muchos de ellos reproducidos en figuras de madera llamadas tau tau. Tau significa hombre, y, al igual que ocurre con otras lenguas polinésicas, la repetición connota doble intención. Así pues, tau tau significa hombres y también estatua, una estatua que, en su significación social, es la persona a la que representa. El signo usurpa realidad a lo real. De esta forma no existe una ruptura entre la vida y la muerte. Con este rito de tránsito, el toraja no teme nunca a la muerte sino que la acepta como la suprema iniciación, el final de lo profano y el comienzo de la existencia espiritual. 


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