lunes, 4 de febrero de 2013

Diez mil botellas de vino bajo la mejor ola de Vizcaya

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La fantasía se dispara: en el fondo del mar yacen tesoros fabulosos. Entre los pecios, también botellas tan antiguas como las de un naufragio de 1772 hallado en Finlandia. Sotheby’s subasta a veces alguna de esas botellas naufragadas, cuyo precio ha superado las 20.000 libras esterlinas. No es solo una cuestión de coleccionismo: el contenido se puede beber. Algunos incluso se preguntan si esa cura de abismos no lo mejora. Con tales premisas, Borja Saracho y sus colegas idearon un proyecto: comprobar cómo envejece el vino bajo las aguas. Empezaron en 2004, formando la empresa bajoelagua.com. Todos eran escépticos, ellos los primeros. Pero el consistorio de Plentzia les abrió una puerta. La Dirección de Costas les concedió 500 metros cuadrados submarinos. Y más de 30 bodegas se apuntaron, cediendo 24 botellas; doce quedarían sumergidas a unos 20 metros de profundidad, y otras tantas en tierra, para comparar cada equis tiempo.

Catas en el arrecife

Y resulta que sí, que el vino sumergido evoluciona. Para bien. El 93 por ciento de los expertos consultados prefieren el vino marino, más suave en boca, de color más matizado. Así que estos jóvenes emprendedores han creado la marca Crusoe Treasures (www.crusoetreasures.com). Y desde este verano han abierto su aventura al público, con visitas, explicaciones y catas, incluso con la posibilidad de sumergirse en el arrecife artificial. Ahora mismo envejecen bajo el agua 10.000 botellas. Sus clientes pertenecen sobre todo a Rusia y China, y pagan por cada una entre 200 y 400 euros. En España han recibido una Medalla de Oro en el salón Alimentaria.

Fuera del mar, en las colinas que lo embridan por ese litoral, hay otro vino que también sigue una carrera fulgurante: el txakolí. Antes nadie lo tomaba muy en serio. A partir de los años 80 y 90 empezaron a trabajarlo con esmero. Cuidando bien todo, desde la uva autóctona (hondarrabi zuri, blanca, y beltza, negra) hasta los procesos de vinificación.

Playas y buenos vinos

Ahora mismo existen tres Denominaciones de Origen de este vino: Bizkaia, Getaria y Arava. Dentro de la D.O. Bizkaia, el mejor y más abundante txakolí se produce en Bakio, que goza de un emplazamiento realmente privilegiado. El pueblo, y las viñas, se recuestan en las suaves colinas de un valle, a tiro de piedra del mar. El clima, que es estable y benigno, permite crecer a naranjos y limoneros. Bakio es chico, unos dos mil vecinos, pero en verano multiplica por cinco su población. Gracias sobre todo a su playa, una de las más bonitas y peliculeras del norte. Rocas y farallones en los extremos, y un frente de arena y olas para todos: bañistas, surfistas o candongos. La ermita de San Juan de Gaztelugatxe y su mágica escenografía están cerca, en la muga o borde de la comarca.

Hablamos de la comarca vizcaína de Uribe, que agrupa una veintena larga de pueblos. Su cabecera es Mungia, que era villa (una de las primeras) y anteiglesia (es decir, que los paisanos dirimían sus pleitos delante de la iglesia, lo que hoy llamaríamos partido judicial). Es la más grande de la comarca (unos 18.000 vecinos), pero no presume de ello, al contrario: pertenece a la liga de slow cities. Lo que no impide que los viernes tenga mercados muy animados. Mercados, en plural: en las ruinas ejemplarmente intervenidas de la iglesia de Andra Mari los campesinos mercan sus huevos, hortalizas o embutidos. Al lado, en la plaza del Ayuntamiento, arma sus tendajos de trapitos el vulgarmente conocido como kuleora merkatua (mejor no traducir). En la torre medieval, Torrebillela, puede verse un espacio dedicado a Esteban Urkiaga, Lauaxeta, un renovador de la poesía vasca (ojo, no versolari) al que fusilaron una madrugada de junio de 1937, cuando apenas contaba 32 años.

Parque mitológico

Precisamente para alojar esos mercados se construyó una lonja que, finalmente, los feriantes rechazaron. Así que el edificio ha sido reconvertido en un espacio dedicado al deporte rural vasco, entendiendo por deporte levantar pedruscos de hasta 200 kilos, cortar troncos descomunales a hachazos, o con sierra de mano (trontzaris, aizkolaris), tirar dos equipos de una soga (sokatira) y así hasta catorce modalidades. Un poco más lejos del centro puede visitarse Izenaduba Basoa, el primer parque mitológico del País Vasco. Allí te topas con personajes como Mari, reina de las brujas y su marido reptil Sugar; Mari Teletako (mariquita que hace de ratoncito Pérez por los tejados), el Olentzero (carbonero-Papá Noel), Basajaun, señor del bosque, las peligrosas lamias de ríos y fuentes… Dentro del mismo recinto se encuentra el baserri (caserío) más antiguo de Vizcaya, perteneciente a la familia Landetxo, del siglo XVI. De piedra y roble, ha sido rehecho (conservando lo que se podía del original) y transformado en una suerte de museo de la vida rural, con guiños de última generación (como un simulador 3D para volar por un mundo mágico fenecido).

Recorrer la comarca puede llevar su tiempo, si se cambian las autopistas por las carreteras que serpentean entre robles, fresnos, prados y caseríos. Y pueblos deliciosos; como Larrabetzu, una villa medieval que conserva un coqueto casco urbano. Por allí pasa el Camino de Santiago, ramal Costa, lo que se aprecia claro en su calle mayor. El Camino bordea la iglesia juradera de San Emeterio y San Celedonio, que esconde uno de los mejores retablos flamencos de Vizcaya, flanqueado por otros dos del siglo XVII y pinturas murales muy originales.

Castillos medievales

En términos de Gamiz, Luis, ya jubilado, muestra con pasión su Errotabarri (molino nuevo), uno de los pocos que quedan y que funciona. Se molía sobre todo maíz, la variedad txakiñartu, antigua y poco productiva, con cuya harina se confecciona el talo, una especie de tortita o crêpe que era la base de la dieta tradicional: talo con leche al desayuno; con alubias, al almuerzo; con porrusalda, a la cena. Sigue siendo muy popular, no solo en fiestas y verbenas, también a diario en las pollerías, sidrerías, cervecerías, txosnas… en definitiva: ventas o merenderos, con mesas al aire libre, donde el talo acompaña a raciones tradicionales. Y mejor si acompaña a todo un triki-trikilari (acordeonista). Algunas de esas txosnas rodean a un castillo medieval, el de Butrón, que parece haber salido de Disneylandia. Lo cierto es que sus arranques son auténticos, pero el Marqués de Cubas, en el siglo XIX, se adelantó a los yanquis, y casi se le fue la mano. El recinto está envuelto por un parque con medio millar de árboles. De momento, su interior está cerrado al público.

Hay en Uribe otras torres medievales convertidas en puntos de interpretación temática: en Zamudio (alimentación), Erandio (la guerra), Gatika, Mungia… Cerrando el anillo de pueblos se llega a los acantilados y miradores de Sopelana, Gorliz y, de nuevo, Plentzia. Que luce un casco histórico grato, y una ría y un puerto muy pintorescos, pero sobre todo un paseo marítimo y playa de lo más animado de la costa vasca. Aparte del almacén submarino de vinos, toda una aventura nueva, diferente y prometedora.


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