martes, 13 de noviembre de 2012

Sumatra: las personas de la selva

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Selvas repletas de orangutanes, tigres, elefantes y rinocerontes. Lagos infinitos en los que desembocan caudalosos ríos de aguas cristalinas. Volcanes activos rodeados de vegetación. Poblados con grandes chozas comunales de madera y paja. Así era el paisaje de toda la isla indonesia de Sumatra hace menos de un siglo. Hoy, la incesante presión demográfica unida a una despiadada sobrexplotación de los recursos naturales, han acabado con la mayor parte de su fauna y de su flora. Un puñado de parques nacionales conservan una ración concentrada de lo que fue su exuberante pasado. La mejor muestra se encuentra en el norte de Sumatra, donde, en pocos días, se puede caminar por la jungla, visitar las casas de madera y paja de los batak, contemplar las fumarolas en el interior de un cráter y terminar descansando en la orilla del mayor lago del sureste asiático.

El último reducto del orangután

Wawang mira con preocupación cómo las plantaciones de palma siguen avanzando hacia ‘su selva’. Considera, no sin razón, que la jungla es suya, porque en ella nació, aprendió a caminar y le sirvió para ganarse la vida. Hace 5 años convenció a sus padres para reconvertir sus campos de cultivo, situados en una colina, en un pequeño alojamiento de cabañas de madera con vistas a la selva. El joven indonesio muestra a los recién llegados el mapa de Sumatra y se lamenta: “hace 50 años casi todo era jungla. Hoy apenas quedan tres manchas verdes de pequeño tamaño en este mapa”. Una de esas manchas es el lugar en el que nos encontramos: el Parque Nacional de Gunung Leuser, último reducto del orangután de Sumatra que antaño poblaba toda la isla. La selva ha retrocedido más de un 50%, sólo en los últimos 35 años, debido, en parte, a la expansión de la población y a la industria maderera. Sin embargo, la gran responsable de la deforestación es la brutal explotación del terreno para producir aceite de palma. Un ingrediente barato con el que se fabrican los, teóricamente ecológicos, biocombustibles y que también es utilizado por grandes multinacionales de la alimentación como sustituto de otros aceites de mayor calidad y precio.

Wawang, como muchos jóvenes nacidos en el pueblo selvático de Bukit Lawang, trabaja también de guía a los viajeros que hacen trekking por la jungla para intentar avistar orangutanes. El único gran simio que no vive en África se divide en dos subespecies: la que habita en varios parques naturales de Borneo; y el orangután de Sumatra, del que se calcula que quedan poco más de 4.000 ejemplares, todos ellos en el Parque Nacional de Gunung Leuser.

La caminata comienza al amanecer. La humedad hace que el calor se vuelva casi insoportable. Sin embargo, la salvaje belleza de la selva justifica el esfuerzo. En el Parque viven diversas especies de monos, mamíferos, aves y reptiles, además de las habituales hordas de insectos. Los primeros en aparecer hoy son un grupo de Gibones de manos blancas que se están atiborrando de frutos silvestres. Unos kilómetros más adelante, Wawang descubre un grupo de ‘punkey monkeys’, apodo por el que los lugareños conocen a los monos ‘Thomas Leaf’ debido a su llamativa cresta blanca. Las horas pasan, el calor se intensifica y no hay rastro de los deseados orangutanes.

Grupos de diversas especies de macacos saltan en los árboles. En los arroyos que cruzan la selva, es frecuente toparse con tortugas terrestres que trepan pacientemente entre las rocas. Grandes lagartos, de más de un metro de largo, toman el sol en los pocos claros que deja la frondosa selva. Al atardecer, Wawang ve algo entre la maleza. Pide silencio y finalmente afirma sonriente: “os presento a vuestra familia de la jungla”.

La hembra de orangután se encuentra de pie, apoyada en un árbol, vigilando a su cría que juguetea en las ramas de un árbol cercano. Esa actitud, unida a la forma en que mira fijamente a los ojos, te hacen sentir que estás ante un ser casi humano.

No es por tanto extraño que los nativos malayos e indonesios los bautizaran, hace siglos, con el nombre de ‘orang hutan’, que en su idioma quiere decir ‘persona de la selva’. “Pueden vivir cerca de 40 años, –comenta Wawang- pero uno de los problemas para su supervivencia es su escasa tasa de natalidad”. Y así es, las hembras tienen solo una cría a la que cuidarán, día y noche, durante más de 5 años. Normalmente, no darán a luz nuevamente hasta pasados 6 años desde su último parto. Es una especie muy frágil, lo que unido a la destrucción constante de su hábitat, puede provocar su total desaparición. Una extinción que ya es inminente en el caso del tigre y del rinoceronte de Sumatra, cuyos últimos y muy escasos especímenes se cree que aún habitan en lo más profundo del Parque Nacional.

Tras unas horas o unos días en compañía de los ‘primos de la selva’, Wawang conduce a los viajeros de regreso a sus cabañas. Antes de llegar, observan maravillados como un numeroso grupo de Thomas Leaf se alimenta en la plantación vecina. “Se han comido todo mi cacao” se lamenta una mujer que acaba de ver como se esfumaba una de sus escasas fuentes de ingresos. “Este es uno de los problemas –concluye Wawang- quienes no viven del turismo, que son la mayoría, ven la selva como un problema”. Un problema que podría paliarse si el dinero que los turistas se dejan en las entradas y los fondos que llegan desde terceros países y desde organizaciones conservacionistas se emplearan realmente en la protección del Parque y en el beneficio de la comunidad local. Sin embargo, nadie sabe dónde va a parar esa riqueza, aunque todos sospechan que termina en el bolsillo de algunos políticos corruptos.

Tierra de volcanes, lagos y tradiciones

Cerca de la frontera sur del Parque se concentran el resto de los atractivos naturales y humanos de Sumatra. La primera parada obligada es en una localidad rodeada de volcanes. Berastagi goza de un privilegiado clima fresco en el corazón de la sofocante Sumatra. Desde aquí se puede ascender a pie, y sin necesidad de realizar un gran esfuerzo, hasta el humeante cráter del volcán Sibayak. Con poco más de 2.000 metros, alberga un pequeño lago sulfuroso y espectaculares fumarolas. Mucho más dura y complicada es la ascensión hasta el vecino volcán Sinabuk, en cuyas laderas se han perdido e incluso han muerto algunos viajeros que se aventuraron a realizar el trekking sin la ayuda de un guía local.

De regreso a la base de los volcanes, se puede viajar al pasado de Sumatra. Hoy en la población de Lingga, se escucha la tradicional música de los Karo Batak pero acompañada de sonoros lamentos. Decenas de personas se reúnen en la casa común para despedir a uno de sus vecinos, fallecido el día anterior. Las mujeres visten el traje tradicional, mientras los familiares más directos, con voz quebrada, entonan canciones en homenaje al difunto. Lingga, pero sobre todo Dokan, son dos de los poblados cuyos habitantes mejor salvaguardan sus tradiciones. Junto a casas de cemento y techo metálico, aún hay familias que viven tal y como vivían sus antepasados hace varios siglos: en el interior de grandes chozas de madera, donde el humo del fuego permite conservar durante más tiempo el elaborado tejado de paja.

El trayecto finaliza en el gigantesco lago Toba. El mismo lugar en el que mueren la mayoría de los ríos de la zona. Algunos lo hacen de forma espectacular, como ocurre en su extremo norte donde la catarata de Sipiso Piso se derrumba desde 125 metros de altura. Otros, de forma más discreta pero no menos caudalosa permiten que el lago más grande del Sureste asiático alcance una profundidad de 450 metros. En sus riberas, junto a algunas localidades ruidosamente turísticas, se conservan los restos de la ancestral cultura Batak: las tumbas megalíticas de sus reyes, las sillas de piedra en que se dirimían sus conflictos y el lugar en que aquellos que habían incumplido la ley, eran ejecutados para después ser devorados. Era otra época, no hace tanto tiempo, en la que, según recordaba Wawang, todo el mapa de Sumatra estaba cubierto de una hermosa mancha verde.


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