martes, 20 de noviembre de 2012

Sukomade: la playa de las tortugas

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Es noche cerrada en el Parque Nacional de Meru Betiri. Suparno conduce con su linterna a un par de extranjeros hasta la playa de Sukomade. El joven guardabosques lleva ya siete años dedicando su vida a cuidar, por un sueldo de miseria, de la fauna y la flora de esta reserva natural de Indonesia. Viendo su cara y la forma en que le brillan los ojos, se nota que disfruta con su trabajo. Especialmente cuando cae el sol y comienza a buscar surcos en la arena.

Hoy lleva ya más de una hora recorriendo los tres kilómetros de arena blanca de la playa. Los dos viajeros que le siguen, a duras penas en medio de la oscuridad, comienzan a perder la esperanza. Pero Suparno sigue caminando tranquilo, confiado de que, al final, su tenacidad tendrá premio. Sukomade nunca le ha fallado ni le fallará esta noche.

Una profunda huella, de cerca de un metro de ancho, hace que el ranger se detenga bruscamente. Apaga su linterna y hace esperar a los sudorosos y expectantes viajeros, mientras averigua dónde y en qué situación se encuentra la tortuga. 20 metros, arena adentro, el animal está en la fase final de su laboriosa tarea. Ha empleado más de una hora en cavar su nido y poner más de un centenar de huevos. La tortuga se dedica ahora a cubrir con arena el gran agujero. Suparno llama a los extranjeros para que se acerquen a contemplar el increíble espectáculo. Una mínima luz, para evitar deslumbrar al exhausto animal, permite intuir su enorme tamaño. Es una tortuga verde de más de 110 kilos de peso y unos 40 años de edad.

El jadeo del animal es estremecedor. La noche está siendo muy larga y el esfuerzo hace mella en su enorme cuerpo. La arena no es su hábitat natural y, por eso sólo abandona el agua en el momento cumbre de su proceso reproductivo. Pero al fin ha terminado. Cuando decide que ya ha cubierto suficientemente sus huevos, emprende el camino de retorno hacia el océano. Al introducirse en el agua, la emoción de haber contemplado algo único deja petrificados a los viajeros, pero no a Suparno. Para él comienza otra etapa de su apasionante trabajo.

Una vida repleta de riesgos

El ranger escarba en la arena, recoge con delicadeza los huevos y los introduce en una bolsa, antes de emprender el regreso al campamento. En un humilde pero eficaz y protegido terrario, Suparno aparta dos huevos que no portan embrión y entierra los otros 119. “Dentro de dos meses eclosionarán y tendremos con nosotros más de un centenar de pequeñas tortugas verdes” afirma sonriendo.

Los 119 proyectos de tortuga han evitado el primero de los muchos riesgos que sufre su especie, desde que son concebidos hasta que se convierten en adultos: ser devorados antes de nacer. Los huevos son un manjar exquisito para los cangrejos, los pájaros y otros animales. Esta noche no habrá banquete para ellos en la playa de Sukomade.

Poco después de amanecer, Suparno comienza a recoger las tortugas que han nacido durante la noche. Son de la especie Laúd, de mayor tamaño que la Verde, y provienen de una puesta realizada a finales de septiembre. Todas ellas son trasladadas del terrario a un acuario cercano, en el que pasarán siete días más. En ese tiempo crecerán un poco y, sobre todo, endurecerán su caparazón. “Así tendrán una oportunidad más de sobrevivir” afirma satisfecho el joven Ranger, mientras termina de reubicar los últimos alevines. “Las soltaremos en la playa, a unos 15 metros de la arena. Tienen que sentir la arena para que su instinto sea capaz de ubicar el lugar geográfico en que nacieron, dentro de su brújula natural”.

Las pequeñas tortugas recorrerán los 15 metros lo más deprisa posible. Lo hacen instintivamente para tratar así de evitar ser capturadas por los pájaros o los cangrejos. Las crías no saben que hoy no necesitarían correr porque, tras ellas, hay un ranger vigilando para que nada les suceda en su camino.

Cuando todas ellas han entrado en el agua, Suparno recuerda con gesto serio que “pese a nuestro trabajo, muy pocas de ellas sobrevivirán. Son muy frágiles y tienen muchos depredadores. Aunque hoy, uno de sus principales enemigos son las redes de pesca”. El joven guardabosques endulza su gesto de repente y concluye “pero gracias a lo que hacemos, algunas saldrán adelante, madurarán y volverán a Sukomade para poner sus huevos. La historia continuará”. Tras ceñirse su gorro se dirige a su cabaña para descansar. Quedan pocas horas de luz y, muy pronto, tendrá que regresar a la playa.


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