martes, 23 de octubre de 2012

Islas Molucas, paraíso surgido del infierno

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El olor del clavo secándose al sol, sobre grandes plásticos extendidos en el suelo, impregna las calles de Saparúa. La vida en esta pequeña localidad, ubicada en la isla del mismo nombre, late con el ritmo típico de las Islas Molucas. Un ritmo tranquilo que sólo se anima ligeramente a primera hora de la mañana. Con las primeras luces del día, los ‘bemos’, furgonetas destinadas al transporte público, se abarrotan de vendedores que se dirigen al mercado cargados con pescado fresco, frutas, verduras y ruidosos gallos. Muchos compradores recorren ya las calles por las que se desparraman decenas de pequeños puestos. Esta frenética actividad será un espejismo que sólo se prolongará durante dos o tres horas. A partir de las nueve de la mañana, el mercado irá languideciendo y el centro de la localidad recuperará su habitual estado de letargo. A esa hora, en las plantaciones de bananas, pepino, cocos y clavo trabajan pausadamente hombres, mujeres y niños. Los pescadores duermen a la espera de una nueva noche de trabajo en las ricas, aunque no tanto como antaño, aguas que rodean la isla.

La placidez, belleza y serenidad que percibe hoy el viajero que explora estas tierras, poco tienen que ver con su tormentoso pasado. Saparúa forma parte de las Lease, uno de los muchos grupos de islas que componen las Molucas. Este vasto archipiélago ha sido, históricamente, una meta mítica para comerciantes y navegantes que las bautizaron con el nombre de ‘Islas de las Especias’. Magallanes fue uno de los muchos que perecieron en el intento de arribar hasta sus costas desde el recién ‘descubierto’ continente americano. Su segundo de abordo, Juan Sebastián Elcano, completó una travesía, como casi todas en aquellos tiempos, ordenada por la ambición de reyes deseosos de conquistar y, sobre todo, de explotar las riquezas naturales de cada rincón del planeta. Ambición que provocó durante siglos que el apetitoso territorio de las islas de las especias sufriera invasiones y contra invasiones de españoles, portugueses, holandeses y británicos.

Campo de batalla también entre japoneses y aliados durante la II Guerra Mundial, la paz pareció llegar a Molucas con la independencia de Indonesia. Sin embargo, problemas económicos, sociales y políticos desataron un nuevo estallido de violencia en 1998 que derivó en una verdadera guerra civil entre cristianos y musulmanes. En los cuatro años que duró el conflicto se estima que perdieron la vida más de cinco mil personas y otro medio millón tuvo que escapar de sus hogares.

Diez años después del final de los combates, cristianos y musulmanes conviven en armonía. La mayor parte de las heridas se han cerrado por completo. Las guerras del pasado han dejado como recuerdo los restos de fortalezas y de edificios coloniales, así como cementerios aliados y chatarra bélica del que fuera ejército imperial japonés. Por primera vez en su historia, las Molucas están preparadas para ofrecer al viajero sus enormes tesoros. Unos tesoros aún pendientes de descubrir; las malas comunicaciones y la escasez de infraestructuras turísticas provocan que el número de extranjeros que llegan hasta aquí sea todavía anecdótico.


Una isla desierta para ti solo
Recorrer Saparúa es una aventura y encontrar sus puntos de interés requiere tiempo y esfuerzo. Carreteras llenas de agujeros, señalizaciones inexistentes, nulas inversiones del Gobierno en materia turística… Estas dificultades hacen, sin embargo, que el premio sea mucho mayor. Así, tras una curva repleta de socavones suele ocultarse una playa paradisíaca. Está completamente desierta, la exuberante vegetación llega hasta el borde mismo de la blanquísima arena. El agua es trasparente y en la misma orilla en la que nadan bancos de coloridos peces, se puede ver como una pequeña serpiente marina se refugia bajo una roca.

La isla es también una buena base para explorar el resto de las Lease, utilizando la mejor infraestructura de las Molucas: el Océano Pacífico. Este medio permite cumplir el sueño de cualquier viajero, por muy bajo que sea el presupuesto de que disponga, disfrutar durante días de una isla desierta para él solo. El ‘milagro’ existe, se llama Isla Molana y está a quince minutos en lancha rápida desde el puerto de Saparúa.

Este pequeño islote es un trozo de selva virgen repleta de pájaros, insectos, lagartos y pequeños mamíferos. Junto a su playa de finísima arena blanca se construyeron hace cuatro años unas básicas pero cómodas cabañas de madera en las que el recién llegado se sentirá en otro mundo. Durante el día, unas gafas de bucear y un tubo permiten disfrutar del coral que rodea parte de la isla. En él habita una multitud de peces de colores y suelen merodear tortugas, delfines y pequeños tiburones. Al caer la noche, el mar se oscurece para no quitar protagonismo a un deslumbrante cielo estrellado. La tenue luz que brinda un generador de gasolina no resta ni un ápice de vistosidad al firmamento.

Los amantes del submarinismo deben alejarse un poco más de Molana y de Saparúa para sumergirse en las aguas de Nusa Laut. Esta isla conserva el mejor arrecife coralino de las Lease. Sus habitantes aseguran que el buen estado de sus corales obedece a que están protegidos con un poderoso ‘sasi’, un hechizo que llevaría la desgracia a quien osara destruirlos. Sea o no por la magia del ‘sasi', el arrecife de Nusa Laut no ha sufrido los devastadores efectos de la pesca con dinamita y cianuro que han hecho estragos en el resto de los fondos marinos de las Molucas.


Kei y Banda: playas y aguas ‘de postal’
Superar lo insuperable. Ese debió ser el lema con que la naturaleza creó las islas Kei. Situadas en el extremo suroriental de las Molucas, albergan algunas de las mejores playas de Indonesia y, quizás, de todo el planeta. Si parecía imposible competir en belleza con las playas de Morotai en el Norte de Molucas o Molana en la zona central del archipiélago, los tres kilómetros de harina blanca de Pasir Panjang, definitivamente, se lleven la palma.

Esta franja de arena situada en la zona noroeste de la isla de Kei Kecil (pequeña Kei) ofrece estampas idílicas que derrotan a la mejor de las postales. Los cocoteros y la frondosa jungla marcan el límite de la playa. El agua turquesa ronda los 28 grados centígrados y las numerosas estrellas de mar obligan al bañista a caminar con cuidado para no dañarlas. El único ‘pero’ de este paradisiaco lugar hay que colocarlo, una vez más, en el ‘debe’ del ser humano. Los corales que antaño debían cubrir vastas extensiones del fondo marino hoy están destrozados por el impacto de la pesca con dinamita.

Bob reconoce apesadumbrado que, todavía hoy, de cuando en cuando, se siguen utilizando explosivos. Él es un periodista local que compatibiliza su trabajo con la gestión del único alojamiento para turistas que existe en la playa. “La gente no piensa en el mañana, sólo busca sobrevivir día a día por lo que resulta complicado erradicar estas prácticas letales para nuestro futuro”. Aún así Bob afirma que se ha avanzado mucho en los últimos años, por lo que confía en que los corales vayan, poco a poco, recuperando su perdido esplendor.

Bastante mejor es el estado de los fondos marinos en las remotas Banda. Este pequeño grupo de islas se encuentra lejos de todas partes y cuenta con escasas comunicaciones. Ello le ha impedido convertirse en uno de los mejores destinos turísticos de Indonesia y, a la vez, le ha permitido conservar un estado absolutamente virgen. Aunque no superen en belleza a las de las Kei, la mayor parte de las islas de este pequeño archipiélago cuenta con hermosas playas.

La capital, Bandaneira, es prácticamente el único lugar que dispone de hoteles, por lo que muchos viajeros optan por montar aquí su cuartel general y explorar el resto de las islas en excursiones de un día. Los que tienen más tiempo y no requieren grandes comodidades, siempre pueden alojarse en casas particulares de los amigables bandaneses. De una u otra manera es imprescindible disfrutar, al menos de cuatro de las islas del archipiélago: Api, que alberga un volcán activo, Ai, Run y Hatta, más alejadas y repletas de playas y lugares para bucear.  Probablemente no haya mejor lugar que éste para terminar nuestro recorrido. La historia de las Banda es la historia de las Molucas.

Los colonizadores holandeses y británicos pelearon para controlar el comercio de la nuez moscada que sólo se producía en las Banda. La locura llegó al extremo de aniquilar a la práctica totalidad de la población local. Convertida en tierra de esclavos y, más tarde en penal para disidentes, no escapó a las recientes batallas entre musulmanes y cristianos. Hoy los bandaneses, como el resto de habitantes de las Molucas, contempla con dolor las ruinas de su pasado mientras tratan, con dificultad y sin demasiada ayuda de Jakarta, de construir un futuro diferente.


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