lunes, 4 de marzo de 2013

Y el mejor vino del mundo es de… Ribera del Duero

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Un millón de hectáreas

O lo que es lo mismo, diez mil kilómetros cuadrados. Esta es la extensión de terreno que se dedica en España a viñedos –lo que nos convierte en el primer país del mundo en superficie plantada–. Según los últimos datos del ICEX, las tres principales denominaciones españolas, en lo que a número de bodegas se refiere, son: Rioja (1.029), La Mancha (276) y Ribera del Duero (267). Esta última ha recibido un gran espaldarazo internacional con la declaración de Mejor Región Vitivinícola del Mundo en 2012 por los Wine Star Awards, galardones que entrega la reputada publicación estadounidense Wine Enthusiast (www.winemag.com). Este reconocimiento es consecuencia del buen hacer de los bodegueros y de una potente campaña internacional de promoción, auspiciada por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen, que tiene por lema Drink Ribera, Drink Spain (“Bebe Ribera, Bebe España”). A pesar de todos estos titulares, la D.O. Ribera del Duero no ha perdido el norte. Los aplausos y palmadas son de agradecer, ya que a nadie le amarga un dulce. Pero, afortunadamente, no han olvidado que como realmente se descubre el valor de esta zona es pisando el terruño, hablando con los locales, disfrutando de la cultura de la región y degustando su gastronomía. Precisamente este tipo de relación es la que se fomenta con la creación de la Ruta del Vino Ribera del Duero (www.rutadelvinoriberadelduero.es). La idea que subyace bajo esta iniciativa turística es promover el enoturismo y dar a conocer el patrimonio cultural de la región.

La ruta transcurre por las cuatro provincias que conforman la denominación (Burgos, Segovia, Soria y Valladolid), en paralelo al río Duero. En la iniciativa participan 55 municipios, 55 bodegas, 22 restaurantes, 20 alojamientos, 12 enotecas, 21 museos y centros de interpretación, tres spas… Una amplia oferta de ocio, disponible en tan solo un clic: www.rutadelvinoriberadelduero.es

Fortaleza califal

Al iniciar la ruta por el Este, la primera localidad de relumbrón que destaca en el mapa es San Esteban de Gormaz. Esta ciudad soriana de 3.400 habitantes posee una significativa muestra de arquitectura románica en las iglesias de San Miguel y Santa María del Rivero. Si lo que le interesa es el arte, el Parque Temático del Románico de Castilla y León es visita obligada. Este centro de vocación didáctica, que está a solo 2,5 kilómetros de la población, muestra los pormenores de las edificaciones románicas más importantes de la Comunidad Autónoma a través de una detallada colección de maquetas: el monasterio de Santo Domingo de Silos, la iglesia de San Juan de Rabanera en Soria, la colegiata de Santa María la Mayor de Toro, la basílica de San Vicente en Ávila… Además, San Esteban posee interesantes ejemplos de arquitectura popular. Existen más de 300 bodegas en la localidad, la mayoría de ellas familiares. Las viviendas tradicionales cuentan con merenderos abalconados, un escenario perfecto para disfrutar de una buena chuletada y un par de chatos de vino. De forma previsora, el jueves anterior al miércoles de ceniza, llamado jueves Lardero, irrumpe en la gastronomía local la tortilla de chorizo. Si está por la zona, no dude en acercarse a las laderas del castillo –la fortaleza califal más grande de Europa–, donde las peñas celebran unas animadas merendolas.

Avanzando hacia Burgos llegamos a la capital de la comarca de la Ribera del Duero: Aranda de Duero. “Por el puente de Aranda se tiró, se tiró/ se tiró el tío Juanillo pero no sé mató./ Pero no se mató, pero no se mató”. No es casual que esta jota aluda al puente románico que cruza el Duero. El río es una de las señas que configuran la personalidad de esta ciudad. De hecho, la parte en dos. Como dicen los arandinos, “de un lado está Aquendeduero y del otro, Allendeduero”. Si el río es la seña de la ciudad, el santo es Isabel la Católica. Aquí se celebró en 1473 el Concilio de Aranda, auspiciado por Isabel y el arzobispo de Toledo, que consolidó el poder de la entonces joven princesa. La firma isabelina se encuentra en la impactante iglesia de Santa María la Real, pagada por la reina castellana. La fachada, acabada en 1515 y que transita entre el Gótico y Renacimiento, está profusamente decorada. Entre todos los elementos, se vislumbra el yugo y las flechas, distintivo de los Reyes Católicos. Frente a esta iglesia se celebra en Semana Santa la Bajada del Ángel. En esta representación, un niño ataviado tal que un querubín es bajado con una polea de un globo elevado para retirar el manto enlutado que oculta el rostro de la virgen María. De esta forma se anuncia la resurrección de Cristo.

Bodegas de diseño

Hacia el norte, en las afueras de Gumiel, irrumpe en el paisaje una construcción vanguardista que simboliza la evolución y las aspiraciones de esta tierra. En 2010, el Grupo Faustino inauguró las Bodegas Portia, diseñadas por Norman Foster. Empleando exclusivamente hormigón, madera, acero y vidrio, los 12.500 metros cuadrados de la bodega se distribuyen en una planta de estrella de tres puntas, que diferencian las zonas de elaboración, fermentación y crianza del vino. En el área central, corazón del edificio, se encuentra la tolva receptora de las uvas. Un ventanal predomina en su restaurante, ofreciendo una panorámica de alguna de las 160 hectáreas de viñedos que posee la bodega.

Ya en Valladolid

Peñafiel atrae la atención desde la lontananza. Su castillo, encaramado en un risco, sirve de faro para los viajeros desorientados. Entre los gruesos muros de esta fortaleza del siglo XIV se encuentra en la actualidad el Museo Provincial del Vino, visita obligada para los amantes de la enología. Desde su terraza, estructurada como la cubierta de un barco, se vislumbra a babor y estribor un paisaje castellano salpicado de bodegas allá y acullá. Algunas de ellas de alta alcurnia, como la de Protos, construida por el prestigioso arquitecto Richard Rodgers.

Uno de los parajes más populares de la villa de Peñafiel es su Plaza del Coso, una curiosa plaza medieval en la que aún se celebran corridas taurinas durante las fiestas de San Roque, en el mes de agosto. En este caso, los toros no se ven desde la barrera sino desde los balcones de alguna de las 48 casas que dan forma a este atípico coso.

La casa de la ribera

A pocos metros de la plaza se halla la Casa de la Ribera, una casa museo en la que viven Mariano y su mujer, Tomasa. Ubicado en un edificio cuyos cimientos se remontan al siglo XVI, su intención es mostrar la forma de vida de comienzos del XX. Además de estar decorado con muebles y utensilios de la época, una familia de entonces vive aún entre sus paredes. A medida que el visitante se adentra en las estancias observará el transcurrir de su día a día. En la cocina, en el dormitorio… Una divertida manera de apreciar cómo la vida cambia en las formas, pero no en el fondo.

Dicen los académicos que la verdadera prueba para saber si un libro es inmortal es comprobar si aguanta una relectura. Los textos más ricos son aquellos que crecen con el tiempo, como el buen vino. Por analogía, los paisajes que más nos conmueven serán aquellos que nos invitan a nuevas visitas. Descubrir la Ribera del Duero no es cosa de un día. Este recorrido a vuela pluma ha sido un simple aperitivo. Más allá del papel se encuentra todo un mundo por recorrer. Estas tierras tienen la impronta cambiante del río que las recorre. Ya lo dijo el filósofo griego Heráclito: “Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”. Un pensamiento no muy lejano del poema de Gerardo Diego dedicado al Duero: “Quién pudiera como tú/, a la vez quieto y en marcha/ cantar siempre el mismo verso/ pero con distinta agua”.


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