sábado, 5 de enero de 2013

Salzburgo en invierno

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La ciudad de Mozart, La ciudad de los Festivales, La ciudad barroca o La ciudad de los Príncipes-Arzobispos… Estas son algunas de las descripciones que suelen adornar la definición de Salzburgo a la hora de citarla, así como también La Bella, sin más. Pero azares de la actualidad nos llevan a renombrarla también como La ciudad de Sonrisas y lágrimas e, incluso, La ciudad de Red Bull, por ser la sede social de la famosa marca de bebida energética y de la no menos célebre escudería de Fórmula 1, a la que patrocina con tanto éxito. Y es que, parafraseando el eslogan publicitario de esta bebida (cuya marca fue asimismo la promotora del vanguardista edificio del Hangar-7, convertido en el nuevo emblema de su arquitectura moderna), Salzburgo es una ciudad que “te da alas”, en el sentido de que su visita siempre reconforta.

Y es que contemplar la ya de por sí hermosa ciudad a orillas del Salzach con su imagen blanca tras las primeras nevadas invernales no tiene precio… O sí lo tiene, si la vista panorámica es desde la terraza de una de las lujosas suites del hotel Sacher Salzburg, admirando la imponente Fortaleza de Hohensalzburg en una de las colinas de la ciudad, con el magnífico ramillete de torres de sus iglesias góticas y barrocas, así como la gran cúpula de su catedral, a sus pies. Sin duda, uno de los skyline más bellos del mundo, pues si ya hemos comentado el ingente número de acertadas definiciones para nombrar a Salzburgo, no se quedan atrás los calificativos y las frases de elogio que algunos de sus visitantes más insignes le han dedicado, empezando por su hijo más ilustre, Wolfgang Amadeus Mozart: “Toda la belleza que he visto en otros lugares me parece poca en comparación con la hermosura celestial de la naturaleza de Salzburgo”.

Precisamente, el primer festival musical del año que se celebra en la ciudad es la Semana de Mozart, en torno a la fecha de su cumpleaños, pues el genio de Salzburgo nació el 27 de enero de 1756 en su calle más comercial y emblemática, la Getreidegasse. Este festival en pleno invierno, con sus memorables conciertos anuales a cargo de orquestas como la Filarmónica de Viena (dirigida en la última edición por batutas tan prestigiosas como las de los maestros Pierre Boulez o Daniel Barenboim en la Gran Casa del Festival), es otro de los motivos que justifican un viaje a Salzburgo a finales de enero (la Semana de Mozart 2013 se celebrará del 24 de enero al 3 de febrero. www.mozarteum.at).

Salzburgo, al igual que ocurre en otras ciudades como Budapest con el Danubio, se desgaja en dos mitades –el casco antiguo y la parte más moderna– por el curso del Salzach, cuyo nombre significa “río de la sal”. Hay que recordar que la gran riqueza de Salzburgo (y su propio nombre) provino de la explotación de las cercanas minas de sal de Dürnberg, que fue iniciada ya por los celtas, siendo el Príncipe-Arzobispo Wolf Dietrich von Raitenau quien modernizó el proceso de extracción. Esto, unido a las tasas de aduana que las embarcaciones tenían que pagar por transportar el oro blanco por el Salzach (hasta Italia y, desde allí, hasta el Lejano Oriente) propició que la ciudad luciera una belleza barroca que puede apreciarse perfectamente hoy en día.

Una visita obligada, claro está, es la Casa Natal de Mozart en el número 9 de la calle Getreidegasse, que figura entre los museos más visitados del mundo. La exposición permanente que ocupa las tres plantas del museo se renovó totalmente entre 2007 y 2010 para dotarla de un nuevo concepto museístico. Además del violín que tocó durante su infancia, de algunos mechones de pelo del genio y de algunas piezas de la Colección Mozart de la Fundación Mozarteum y de otros coleccionistas privados que se muestran por primera vez al público, una de las grandes novedades es la habitación dedicada a Mozart digital, un proyecto multimedia que permite escuchar todas las obras del compositor en Internet, permitiendo asimismo hojear partituras originales del autor digitalizadas y descubrir muchos detalles significativos.

Y un paseo obligado es recorrer la calle más comercial, la Getreidegasse, fijándonos en las históricas enseñas gremiales de sus tiendas. De hecho, se la conoce como “la calle de las enseñas”, pues a lo largo de la misma se asiste a un auténtico festival de emblemas de hierro fundido, algunos en parte dorados, que se originaron en la Edad Media, cuando muchas personas eran analfabetas y debían orientarse por el lenguaje de los signos de cada gremio.

El escenario de “Sonrisas y lágrimas

Pero si Salzburgo está de actualidad de nuevo, no solo en España por el estreno de Sonrisas y lágrimas, el musical, es precisamente por el revival del espectáculo The Sound of Music, estrenado por fin en la ciudad de origen de la verdadera familia Trapp el 23 de octubre del 2011, con un éxito tan fulgurante que su programación prevista hasta junio de 2012 tuvo que ser prorrogada un año, hasta junio de 2013. Curiosamente, pese a que la ciudad austriaca es donde transcurrió la historia real de la numerosa familia Trapp y el escenario donde se rodaron muchas de las secuencias de la película Sonrisas y lágrimas en 1964, el musical (estrenado en Broadway en 1959) no se había representado nunca en Salzburgo, quizá eclipsado por la omnipresente presencia de Mozart. No obstante, una encuesta realizada en 2002 reveló que más de 300.000 visitantes de la ciudad decidieron venir a Salzburgo principalmente motivados por haber visto la legendaria cinta, pues acudían ex profeso para ver los lugares de rodaje de la misma y revivir las escenas de sus protagonistas como entusiastas turistas de película.

Una de las secuencias más recordadas de la película Sonrisas y lágrimas, que curiosamente en América Latina fue titulada La novicia rebelde, es aquella en la que la actriz Julie Andrews canta junto a los siete niños y adolescentes que tiene a su cargo como institutriz en el monte Mönchsberg. El rodaje de la misma se hizo en el mirador que está enfrente de donde en la actualidad se encuentran el Museo de Arte Moderno y el café-restaurante Mönchsberg 32, contemplándose uno de los panoramas más bellos e inconfundibles de Salzburgo, con las torres de sus iglesias, la cúpula de la catedral y la silueta de la Fortaleza de Hohensalzburg detrás de los protagonistas enmarcando el espíritu de una ciudad mágica, que ahora lo es más todavía con el revival del musical Sonrisas y lágrimas, incluida la versión en su histórico Teatro de Marionetas.

Paseo del Arte Moderno

Salzburgo también funde tradición y modernidad como pocas ciudades. Un ejemplo de ello lo encontramos en el monte Mönchsberg. Aquí se hallan dos de las obras encargadas por el Proyecto de Arte Contemporáneo de la Salzburg Foundation, denominado Walk of Modern Art (Paseo del Arte Moderno), que propone una ruta cultural por los lugares más emblemáticos de la ciudad para descubrir diez piezas de arte contemporáneo, invitando a obtener nuevos puntos de vista sobre las cosas. Muy cerca del café-restaurante Mönchsberg 32, la instalación del italiano Mario Merz titulada Números en el bosque se presenta en la forma característica de un iglú, parcialmente escondido entre los árboles, teniendo un total de 21 números de neón que iluminan el cielo nocturno de la ciudad desde la colina.

Justo enfrente de esta obra nos encontramos un panel que explica la tradición de la labor de limpiador de colinas, recordando que en 1669 tuvo lugar un desprendimiento de la roca que causó la muerte a 220 personas. Fue a raíz de esta tragedia cuando la Administración de la ciudad creó la profesión de limpia-colinas, practicando el montañismo desde primavera hasta finales de octubre, para proteger las casas construidas a los pies del Mönchsberg. A la colina del Mönchsberg se puede subir en un moderno funicular y también en un ascensor que sube directamente al Museo de Arte Moderno, cuya visita es asimismo muy recomendable al contar con pinturas de maestros como Picasso o Cézanne.

Como anécdota que también nos lleva a pensar en la relación directa entre tradición y modernidad en Salzburgo, cabe citar que el origen del actual símbolo de los dos toros rojos de la marca Red Bull y de su escudería de Fórmula 1 se halla ligado a la imponente Fortaleza de Hohensalzburg. Resulta que en 1525 los campesinos se rebelaron sitiando durante catorce semanas el recinto, en el que se encontraba el arzobispo Matthäus Lang von Wellenburg y su corte, que, para dar a entender a los insurrectos que disponían de suficiente comida para aguantar el envite, recurrieron a la argucia de pintar cada día de diferente color (entre ellos, el rojo oscuro) a la última res que les quedaba, de forma que los campesinos creyeran que aún podían disponer de carne para resistir y cejar en su empeño, como así fue. Ello conllevaba que a diario tuvieran que enjuagar a la res, por lo que desde entonces a los salzburgueses también se les conoce por el apelativo de lavanderos.

El futurista Hangar-7

La mejor prueba de la convivencia entre tradición y modernidad se observa con una mirada al monte Mönchsberg, con la Fortaleza Hohensalzburg en una ladera y el Museo de Arte Moderno en la otra. Pero el gran contraste entre la ciudad barroca y la arquitectura moderna del nuevo Salzburgo reside en el futurista edificio del Hangar-7, diseñado por Volkmar Burgstaller. Se trata de la última tarjeta de presentación del imperio Red Bull levantado por Dietrich Matteschitz, el fundador y propietario de la marca de bebida energética. Con la excusa de un nuevo hangar para su colección de aviones históricos y como base para sus Flying Bulls especializados en vuelos acrobáticos, se propuso crear “la estancia para aviones más bella del mundo”. Damos fe de que lo consiguió, convirtiéndose en el nuevo icono arquitectónico de Salzburgo desde su inauguración el 22 de agosto de 2003, tras cuatro años de planificación y construcción.

El Hangar-7, localizado en el propio aeropuerto de Salzburgo, es mucho más que un impresionante edificio hecho de cristal y acero y una generosa construcción monocasco que, por fuera, da la impresión de dinamismo e ingravidez como si fuera un ala de un avión. Lo interesante se encuentra en su interior, ya que, además de conseguir el efecto de bóveda celestial sobre los aviones, sus dimensiones de 100 metros de longitud, 67 metros de anchura y 14,5 metros de altura han sido acondicionadas no solo para acoger asimismo a los bólidos de Fórmula 1 de la escudería Red Bull sino también como sala de exposiciones de arte contemporáneo y para ofrecer lo último de lo último en gastronomía merced a dos ofertas complementarias: la de la smart food (“comida inteligente”) del chef Roland Trettl en el bar Mayday y la de alta cocina en el restaurante Ikarus (con un alto precio en consonancia). Lo mejor, no obstante, es verlo con los propios ojos y disfrutar de su gastronomía, pues el Hangar-7 es un lugar de visita imprescindible para los que viajen a Salzburgo y todavía no lo hayan visto.

La cervecería más antigua de Austria

Hopfen und malz Gott erhalt’s (“Dios guarde al lúpulo y la malta”). Este lema puede leerse en una de las placas que reciben al viajero en el Monasterio Agustino de Mülln, la cervecería más antigua de Austria (1621). Por cierto, durante el mes de enero en el alféizar de la entrada aparece escrita con tiza la inscripción C+M+B. Originariamente son las iniciales de la frase en latín Christus mansionem benedicat, que significa “Cristo bendiga esta casa”, pero a partir de una época se refirieron también a las iniciales de los tres Reyes Magos: Caspar, Melchior y Balthasar, en su escritura germánica. Para los salzburgueses, las letras C+M+B aluden asimismo a las iniciales de queso (Käse en alemán, Cheese en inglés), leche (Milch) y mantequilla (Butter), dándole un significado especial: “Se puede entrar en esta casa porque tienen queso, leche y mantequilla”.

Sin embargo, en el interior del vetusto Monasterio de Mülln lo que prima es la ingesta de su cerveza Märzenbier (4,6 por ciento de graduación alcohólica), que los parroquianos beben en sus características jarras de piedra de medio litro (2,90 euros) y un litro (5,80 euros) en unos abarrotados salones dedicados a ello, hasta el punto de que se cuentan hasta 125 tertulias diferentes con reservas de las mesas. Eso sí, solo a partir de las 15 horas, como cuando en el monasterio moraban los monjes agustinos. De hecho, la Augustiner Brauerei produce 11.600 hectolitros por año, de los que el 50 por ciento se bebe aquí y la otra mitad se destina a la venta en restaurantes cercanos y directamente a particulares para llevar.

El encanto del lugar reside, además del concepto de la cultura de la cerveza como acto social (existe incluso el cálculo del tiempo ideal de la consumición: media hora para las jarras de piedra de medio litro, y una hora para las de un litro), en ver in situ el ritual de los fieles asistentes, que lavan sus propias jarras en una vieja fuente, utilizando incluso un grifo de agua caliente para apreciar mejor su sabor una vez servida del barril.

La cerveza más popular en buena compañía

La otra cervecería histórica es Stiegl, posiblemente la marca más popular del país. No en vano, lleva fabricando cerveza desde el año 1492. Dicen que incluso el propio Mozart ya la apreciaba en su época. Lo cierto es que hasta las seis letras de su nombre son utilizadas ahora como las iniciales de las seis palabras del aserto local en alemán “Salzburger trinken immer einen ganzen liter”, cuya traducción es que “los salzburgueses siempre beben un litro entero”.

Dicho esto, las sonrisas siempre están aseguradas, a veces tan proseguidas y con tanto entusiasmo que se transforman en intensas carcajadas, llegando incluso a provocar lágrimas de cerveza. Lo que se dice llorar de la risa. Sonrisas y lágrimas como las que sigue provocando la inolvidable película y el actual musical. Quizá no haya mejor forma de despedirse de un Salzburgo invernal que saboreando las sonrisas y lágrimas que provoca el cóctel de una refrescante cerveza, una divertida compañía y el buen humor a flor de piel. Porque estar a la última en la ciudad de Wolfgang Amadeus Mozart no está reñido con la mejor tradición.

Un turismo de altura

Un reciente estudio de la Cámara de Comercio de Salzburgo sobre la repercusión del Festival de Verano en la vida cotidiana de la ciudad arrojaba datos como el gasto diario por visitante (283 euros), así como la procedencia (mayoritariamente alemana) y el número medio de días (7,1) que permanece el turista alojado en la ciudad. A este respecto, un indicador claro del alto nivel económico de muchos de los visitantes de Salzburgo es el hecho de que en una ciudad de solo 150.000 habitantes (la cuarta de Austria en población, tras Viena, Graz y Linz) haya nada menos que seis hoteles de cinco estrellas (entre ellos, el Sacher Salzburg y el Goldener Hirsch) y también, por cierto, seis restaurantes con una estrella Michelin (Esszimmer, Ikarus, Magazin, Pfefferschiff, Riedenburg y Carpe Diem). Es por ello que la crisis económica está afectando en mucha menor medida a los resultados turísticos de Salzburgo que a los de otras ciudades, al tener sus visitantes un perfil con un poder adquisitivo alto. Otras cifras clarificadoras de la alta calidad de vida en la cuna de Mozart son, por ejemplo, que la renta per cápita de los salzburgueses en 2011 fue de 23.900 euros, solo superada en Austria por los vieneses, mientras que la tasa de paro es tan solo del 4,6 por ciento. En cuanto al porcentaje de los empleos relacionados directa o indirectamente con el turismo, éste ronda el 15 por ciento.

El gran escenario del mundo

Posiblemente, Salzburgo sea la ciudad del mundo que más le debe a uno de sus hijos predilectos. La gran herencia que Wolfgang Amadeus Mozart ha legado a su ciudad natal es haber propiciado que en ella se hayan gestado innumerables festivales desde que en 1917 el director de teatro vienés Max Reinhardt fundara la Sociedad de los Festivales de Salzburgo y en 1920 ya se pusiera en escena por primera vez la obra Jedermann (Todo el mundo) en la Plaza de la Catedral.

Y es que, además del Festival de Salzburgo en verano –que está considerado uno de los certámenes de música clásica más prestigiosos del mundo–, la ciudad ofrece otros eventos de enorme interés, como la propia Semana de Mozart a finales de enero –que comenzó su andadura en el año 1956 y que combina en su programa lo clásico y lo moderno–, el Festival de Pascua o el Festival de Pentecostés, por solo citar a los relacionados con la ópera y la música clásica. De hecho, el número total de espectáculos anuales en la ciudad de Salzburgo está en torno a 4.500, lo que supone una media de doce eventos por día, una cifra que sin duda coloca a esta urbe austriaca de tan solo 150.000 moradores a la cabeza mundial de espectáculos en relación a su número de habitantes. Por ello no resulta para nada exagerado su eslogan turístico: “El gran escenario del mundo”.


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