jueves, 3 de enero de 2013

Del año verde de Vitoria a la catedral de Ken Follet

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Solo quedan unas semanas para que Vitoria despida su capitalidad europea green, pero su filosofía eco no se va a evaporar. Todo lo contrario: continuará y crecerá. La capital vasca tiene atractivos turísticos de manual –casco medieval, monumentazos, museos, una cultura gastronómica envidiable…–, pero desde hace unos años ha añadido una fina y atractiva capa a lo ya conocido. Esta envoltura sería su filosofía green, consistente en gestionar la ciudad de una forma ecológica y, sobre todo, humana. La Vitoria-Gasteiz –su nombre en castellano y euskera– de 2012, elegida Capital Verde Europea, se presenta como una urbe del siglo XXI, aunque con los hábitos saludables de una ciudad del siglo XVIII en los años anteriores a la revolución industrial: sin ruidos, sin humos, sin la cara descuidada –zikina, en euskera– del progreso.

Una urbe peatonal

Las cifras no dejan lugar a dudas: el 25 por ciento del espacio público vitoriano es peatonal (de hecho, aquí se ganaron para los caminantes las primeras calles de España), la ciudad cuenta con más de cien kilómetros de carriles-bici, y el anillo verde que la rodea, otros tantos. El 50 por ciento de los desplazamientos en el ámbito urbano se hacen a pie, quedando el coche relegado a un uso del 20 por ciento; y la gestión del transporte público también rema en la misma dirección: la inauguración en 2008 de su moderno tranvía no solo supuso la dinamización del autobús sino también la creación de un servicio gratuito de alquiler de bicis, todo orientado a reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. La consecuencia de todo ello es que la capital de la Comunidad vasca encabeza un año sí y otro también las clasificaciones que evalúan la calidad de vida, la felicidad urbana, el nivel de silencio o el porcentaje de jardines y espacios verdes que hay en relación al mar de cemento.

Sería una pésima idea acercarse a Vitoria y no aparcar el coche a los tres segundos de llegar porque, evidentemente, la ciudad quiere que el visitante la conozca de forma green. A pie o en bici, pero sin alterar su atmósfera. La apuesta ecológico-turística de Vitoria comenzó a dar sus frutos en el presente año, cuando la capital vasca experimentó el mayor incremento en visitas turísticas de Euskadi, con casi un 3 por ciento de turistas más que el año pasado y llamativos picos en momentos concretos del verano, como las Fiestas de la Virgen Blanca, con un 10 por ciento más de visitantes.

Palacios renacentistas

Ni todo es green ni todo es nuevo en Vitoria. De hecho, no hay ciudad vasca que haya conservado mejor su parte vieja, manteniéndose casi intacta, sobreviviendo la primitiva forma de almendra, los nombres de las calles que remiten a su tradición comercial –Cuchillería, Zapatería, Herrería…– y varias casas que parecen robadas de un episodio perdido de El nombre de la rosa, como las de El Portalón. Aquellos inmuebles medievales que no soportaron el paso del tiempo y se vinieron abajo fueron sustituidos por un puñado de palacetes renacentistas como el de Escoriaza-Esquivel, el de Montehermoso –que fue palacio episcopal y hoy es centro cultural– o Villasuso, con una interesante paleta de exposiciones. La grandeza del barrio radica en que está vivo y tiene una interesante actividad comercial, gracias a pequeñas tiendas de calidad y especializadas como Conservas Victofer (alimentación) o Zuloa, una librería histórica especializada en cómics.

Sonará extraño, pero es rabiosamente cierto. Vitoria comenzó a construir los cimientos de su filosofía green hace 200 años, en el siglo XIX. Ya en esa época, las sucesivas ampliaciones de la ciudad se hicieron teniendo en cuenta el bienestar de sus vecinos y las ideas ilustradas que llegaban de la cercana Francia. En aquella Vitoria próspera se planificaron amplios espacios urbanos, grandes sendas arboladas –el paseo de Fray Francisco, la Senda…– y se salpicaron los alrededores de grandes manchas verdes, unas veces con aires puramente parisinos –el parque de La Florida– y otras con rostro más agreste, como el parque del Prado.

Con esa materia prima, con esa filosofía, los que vinieron detrás se limitaron a perpetuarla hasta llegar a las asombrosas cifras actuales, que convierten a la capital vasca en una ciudad asombrosamente ecológica, con una notable gestión de los recursos y los residuos. Un último dato: si se parcelaran todas las zonas verdes de la capital vasca, a cada vitoriano le corresponderían 42 metros cuadrados. La cifra nunca se estanca, sino todo lo contrario: un Anillo Verde de casi mil hectáreas rodea la ciudad como si fuera una muralla, ideal para ser caminado o pedaleado a través de senderos.

Humedales y biodiversidad

Una de las últimas intervenciones green se ha llevado a cabo en este circuito ecológico. Se trata del Centro de Interpretación de los Humedales de Salburua, un edificio moderno y ágil que permite disfrutar este espacio natural en el que hacen un alto las aves migratorias de toda Europa o los ciervos que habitan en los bosques cercanos.

La plaza de la Virgen Blanca es la transición entre la vieja y la nueva Vitoria, entre el barrio medieval y el ensanche del siglo XIX, racional y ordenado. En uno de sus extremos se halla el acceso a la plaza de España, que también hace de recibidor a esta parte de la ciudad. Aquí, como en la parte medieval, es complicado oír el ruido de un motor. También es sencillo imaginarse la vida tras los miradores de cristal que trepan por las fachadas de las viviendas. En el espacio que delimitan las peatonales calles Eduardo Dato y Postas se concentra la principal actividad comercial y alguna que otra vaca sagrada de la afamada tradición repostera vitoriana, como la confitería Goya.

Museos de postín

Antes de que Vitoria fuera green, ya se había convertido en la ciudad vasca con la mejor y más variada selección museística. Artium nació hace poco más de una década con una vocación clara: presentar en sus salas una de las más completas colecciones de arte vanguardista de España, sea cual fuere su formato, desde la pintura al videoarte, pasando por piezas inclasificables. Aquí hay de todo –el museo cuenta con más de tres mil obras–, haciendo especial hincapié en creadores autóctonos como Eduardo Chillida. En las antípodas de esta visión se encuentra el Museo Fournier de Naipes, igual de imprescindible no solo por lo que muestra –una original colección de barajas de cartas de más de veinte mil piezas– sino por cómo lo exhibe –con mimo y amenidad– y dónde –en el Palacio de Bendaña, en el corazón medieval–. El vecino Museo de Arqueología de Álava, en la casa de los Gobeo, es muy recomendable y una de las opciones más clásicas. Recorrerlo equivale a darse un garbeo rápido por la historia del territorio, siempre en compañía de objetos prehistóricos, romanos o medievales.

En el barrio más noble de Vitoria, en un palacete del paseo de Fray Francisco, se ubica el otro gran museo, el de Bellas Artes, destacable sobre todo por su colección de arte vasco de los siglos XIX y XX. La gran apuesta expositiva del Año Green se encuentra en el Palacio Europa, con una muestra que explica a través de seis espacios interactivos en qué consiste la Capitalidad Verde, los valores medioambientales que atesora Vitoria y sus retos de cara al futuro. Una gran maqueta de 775 botellas recicladas que se ilumina gracias a la energía creada por cuatro bicicletas preside la exposición.

La nueva serie de Ken Follet ponde de moda Catedral renacida

En 1989, la novela de un escritor galés se convirtió en uno de los mayores éxitos de público de la literatura moderna. El libro era Los pilares de la Tierra, de Ken Follet, y narraba la historia de la construcción de una catedral. Quince años después de aquello, Follet comenzó a trabajar en una segunda parte, centrada en describir los problemas estructurales del edificio. Casualmente, a pocas horas de vuelo de su hogar, un edificio de características similares, la Catedral Vieja de Vitoria, se encontraba sumergido en un profundo proceso de restauración a raíz de que se descubrieran serios problemas estructurales. El templo fue abierto en canal, desenterrados sus cimientos, apuntaladas sus columnas  y se le llenaron las tripas de andamios y pasarelas, pero en ningún momento se cerraron sus puertas, sino que permanecieron abiertas a los turistas. Diez años después de aquello, la Catedral permanece en quirófano, pero también sigue abierta durante las obras en lo que es una experiencia cultural única. El novelista británico fue avisado de esta rareza y se plantó en la ciudad de Vitoria para documentar la secuela de su famosa obra. De todo ello surgió Un mundo sin fin, un tocho literario que está documentado casi íntegramente en el templo vitoriano y que acaba de estrenarse en España en su versión televisiva.


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