martes, 4 de diciembre de 2012

Carnaval a la indonesia

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Banyuwangi es la ciudad más oriental de Java. Desde su puerto parten los ferris que viajan hasta la ‘hiperturistizada’ isla de Bali. Es un lugar apacible, repleto de gente amable y que cuenta, en las cercanías, con bonitas playas y con el espectacular volcán Ijen. Pese a todo ello, son muy pocos los viajeros que se detienen aquí. La práctica totalidad, tras visitar las principales atracciones de Java, atraviesan sus calles a toda velocidad en busca del barco que les conduzca hasta el supuesto paraíso que esperan encontrar en Bali.

Esta es la razón por la que, los pocos extranjeros que pasean por Banyuwangi son vistos como una atracción por la población local. Hombres, mujeres y niños saludan con efusividad y simpatía a los recién llegados. “Hello Míster” se escucha a cada paso, mientras aquellos que saben algunas palabras de inglés tratan de entablar una mínima conversación con el extraño.

La ciudad, en sí, no tiene apenas atractivos turísticos. Sin embargo, cada año, en el mes de noviembre celebra un multitudinario, y muy atractivo, festival cultural. Hoy es el primer día de festejos y un río humano se dirige hacia la playa de ‘Boom’.  “Habrá mil bailarinas danzando a la vez, será un gran espectáculo” nos dice Hudi, un joven peluquero que ha acudido al evento junto a su familia. Son las tres de la tarde y el sol castiga con fuerza esta zona de Java. La gente se protege de él de una forma un tanto extraña para nuestra mentalidad; algunos utilizan el casco de la moto como si de una gorra se tratara, otros visten cazadoras de cuero y polos de manga larga. El termómetro marca 38 grados centígrados, pero muchos asistentes visten como si el festival se celebrara en Noruega. Todo sea para no quemarse y, sobre todo, para que su piel no se oscurezca más por el efecto de los rayos solares.

Una marea humana rodea ya el lugar en que va a desarrollarse el show. Se trata de una gran explanada en la playa, acotada con vallas y presidida por un pequeño escenario. Un grupo de jóvenes reparte miles de panfletos escritos en inglés indicando el lugar en que se encuentra la oficina de información turística de la ciudad. Los lugareños recogen los folletos un tanto extrañados y sin entender lo que en ellos se dice. Está claro que las autoridades locales tratan de atraer turistas promocionando este tipo de eventos. Sin embargo, no hay más de media docena de  extranjeros entre la multitud.

El espectáculo comienza con cierto retraso que a nadie parece importar. Los actores empiezan la actuación representando escenas que reflejan la felicidad con que se vivía en Java antes de la llegada de los colonizadores. Príncipes y princesas danzan con llamativos trajes mientras rinden culto a sus dioses en un ambiente de total armonía. De repente, aparece en escena un grupo de soldados holandeses. Sus rostros están grotescamente maquillados para realzar su maldad.  Los oficiales, montados a caballo, se emborrachan mientras sus soldados maltratan a los nativos. El triunfo final de la cultura javanesa se simboliza con la ‘invasión’ final de la explanada por parte de un millar de jóvenes bailarinas ataviadas con los coloridos trajes tradicionales. Son estudiantes llegadas desde toda la ciudad y sus alrededores. Durante unos minutos, con bastantes aprietos debido a que el lugar se ha quedado pequeño, ejecutan una danza festiva con que se pone fin a la peculiar representación.

Carnaval popular

Veinticuatro horas después se celebra el otro plato fuerte del Festival de Banyuwangi, el llamado Etno Carnaval. Un desfile de música, disfraces y representaciones culturales que recorre las calles del centro de la ciudad. Pese a encontrarnos en una zona mayoritariamente musulmana, esta celebración pagana reúne a la ciudad en pleno. Mujeres cubiertas con el pañuelo islámico, ríen mientras se fotografían junto a alguno de los ‘lady boys’ (travestís) que participan en el desfile. Los hombres saludan alegremente a los cuatro extranjeros que matan la sed tomando una cerveza. No hay ningún reproche, sólo alegría y mucha tolerancia ante las creencias y costumbres del prójimo.

Un grupo de ‘dragones’ abre el cortejo asustando a los más pequeños. Tras ellos, grupos de música tradicional acompañan a las grandes estrellas del día: los portadores de los grandes y sofisticados disfraces carnavaleros. Los trajes son más recatados y humildes, pero recuerdan a los que pueden verse cada mes de febrero en ciudades como Río de Janeiro, Las Palmas o Tenerife. Eso sí, aquí todo es más imprevisible e improvisado. La gente se lanza al medio de la calle para hacerse fotos junto a los protagonistas del pasacalles. El cortejo tiene que detenerse cada minuto, para que un grupo de chicos, chicas o adultos posen frente a la cámara de algún teléfono móvil. El desfile pierde totalmente el ritmo pero gana en espontaneidad y en participación ciudadana.

Tras una hora de parsimoniosa celebración, estalla una gran tormenta. La lluvia comienza a caer con gran virulencia. Muchos espectadores tratan de resguardarse bajo un toldo o un tejado. Pero la mayoría sigue en la calle, empapándose y tomando el diluvio como una parte más de este carnaval a la indonesia.


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